Murcia
OPINIÓN: Los hombres no son ladrillos
Habituados a las modernas concentraciones parcelarias la parábola del evangelio de hoy ha perdido actualidad. Hay ahora superficies inmensas sin senderos hechos por transeúntes, sin ribazos llenos de zarzas y matorrales, sin zonas pedregosas que hieran la maquinaria sembradora. Pero todavía anda por ahí el agricultor menos sofisticado que esparce a boleo la semilla: cae en el sendero y se la llevan los gorriones; cae en zona pedregosa o en el ribazo y no acaba de prosperar; o bien cae en tierra buena y produce la espiga con treinta, sesenta o cien granos. Y aquí la pregunta que a tantos desconcierta: ¿cómo compaginar el poder y el amor de Dios con el mundo de mal con el que cada día tropezamos?; o dicho de otro modo: ¿cómo casar la energía de una Palabra eficaz como la lluvia y la nieve -que no se evaporan sin dar fruto (cf. Is 55,10s)- con una siembra tantas veces estéril? La respuesta está en la condición de libertad del hombre. No son los hombres ladrillos que puedan ordenarse desde un proyecto diseñado; los hombres son tierraen la queDios siembra una fuerza de salvación. No siempre la tierra está bien dispuesta y mullida para recibir la semilla. No siempre el corazón del hombre está preparado y dispuesto para acoger la Palabra de Dios. Ésta no es como la habitual palabra humana que pretende manipular, dirigir o uniformar respuestas. La Palabra es semilla que lleva en su interior un germen de vida. Su destino no es oprimir u obligar, sino generar Vida nueva y eterna en quien libremente la recibe. Entra por el oído - «la Fe viene por la predicación», dirá Pablo- y busca el corazón como lugar donde germinar. Sucede que hay quienes no la entienden y preguntan: ¿cómo es posible amar al enemigo?, ¿cómo se puede decir «vende lo que tienes y dalo a los pobres»? ¿cómo que «matrimonio para toda la vida», o eso de «ofrecer la otra mejilla»? ¡Absurdo! ¡Locos! Dios no puede pedir imposibles; son cosas que habrá que adecuar a la realidad cultural o sociológica sin caer en fundamentalismos. Al no comprenderla rebota en el corazón. Otros la acogen con alegría: «¡Es lo que necesitaba!». Creen que Dios exige heroísmos, y se comprometen con voluntarismo juvenil ignorantes de la propia limitación. Dios los quería tierra en la que su Palabra cayera como lluvia que empapa y semilla que germina, y ellos se sienten voluntad fuerte. Pero la vida pasa factura, llegan contratiempos y dificultades o la Palabra entra en contradicción con sus afanes humanos de afecto, poder o dinero… y lo que provocó entusiasmo se seca, produciendo frustración y esterilidad. Otros son como María: gustan de una Palabra que les trasciende. Se saben incapaces de cumbres tan altas, pero se sienten elegidos… y acogen la Palabra como promesa de un Dios que no anda lejos, y dan una respuesta agradecida y libre: «Hágase en mí, según tu Palabra». ¡Y son felices! Y tú, amigo lector, ¿dónde estás? O mejor, ¿dónde quieres estar a partir de hoy?
Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM
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