Buenos Aires
Eduardo Arroyo / Pintor: «Yo siempre he vivido en crisis»
DE CERCA«Comprendo perfectamente que alguien quiera tener cuadros abstractos y no figurativos en su casa. Los cuadros figurativos, cuando son malos, se nota más»
Tiene 75 años. Pero no para. Acaba de terminar un proyecto basado en el políptico «El Cordero Místico» del pintor flamenco Jan van Eyck, que se compone de 21 paneles en blanco y negro en papel vegetal, con dibujos reinterpretados a lápiz, de una minuciosidad impresionante. Una obra que será expuesta a partir del 4 de julio en la sala D del Museo del Prado, junto a distintos documentos relacionados con el proyecto. Precisamente, para recorrer ese museo desde otra perspectiva, Arroyo escribió hace poco una singular guía titulada «Al pie del cañón», que se suma a otras obras literarias entre las que cabe destacar la biografía del boxeador Panamá Al Brown. «Siempre me interesó ese espectáculo deportivo; sobre todo porque no sabías qué iba a pasar al final». Está claro que a este artista renacentista, pintor, ceramista, grabador y escritor, siempre le gustaron las emociones fuertes, a las que llegó, en sus orígenes, aunque no lo sepan muchos, como periodista.
-O sea, que es usted colega…
-Bueno, en realidad estuve en la escuela de Juan Aparicio, que era absolutamente alucinante y surrealista, cuando no existía esa cosa que luego se llamaría Ciencias de la Información. Era una escuela divertida, completamente de locos, fantástica. Yo por entonces aún no pensaba en ser pintor y lo que hacía era dibujar mucho y publicar en los periódicos. Hacía ilustraciones para sitios increíbles: «Pueblo», «Arriba»… Publiqué dibujos humorísticos con Mingote. En realidad pertenecía a un grupo de amigos muy influido por la literatura americana, que nos llegaba de las traducciones de Losada de Buenos Aires, y que habíamos comprendido que la mejor cosa para escribir era el periodismo, siguiendo la estela de Hemingway, Dos Passos o Cadwell.
-¿Y en qué momento decide hacerse pintor?
-Me fui a París, muy joven, como tanta gente de mi generación que quería marcharse de España. Tenía 21 años y hablaba bien francés porque había estudiado en el Liceo, así que para mí era fascinante sobrevivir en el barrio de Montparnasse, poblado de gente como Giacometti, quien de pronto estaba comiendo al lado tuyo, o Calder, a quien veías pasar, o Braque. En cierto sentido ellos también te iban conociendo a ti poco a poco y formabas parte del mismo grupo casi sin pretenderlo… Fue entonces cuando empecé a pensar que yo podía no sólo dibujar, sino también pintar, que podía vender cuadros.
-Pero tardó un poco porque al principio vivía de pintar en el suelo, ¿no?
-Sí, de eso, de caricaturas y de algún retrato. Pero realmente era muy divertido. Los vendía por los bares. Y nos daba para ir comiendo, eso sí, en el restaurante más barato del París de la época.
-Un París rendido entonces casi por completo al arte abstracto, que nada tenía que ver con el suyo.
-Había una serie de personas que renegábamos de esa situación dictatorial que era la abstracción y que entonces triunfaba en el noventa por ciento de las galerías de París. Había grandes e importantes pintores abstractos, alguna galería surrealista y una pintura figurativa muy mala que se hacía para decorar salones. Nosotros éramos una generación de pintores neofigurativos que renegábamos del poder político establecido y de la abstracción dominante en el mundo del arte. Pero casi te diría que ni queríamos vender cuadros porque nuestra intención era la de ser bohemios y proletarios. Eso sí: nos gustaba que la Prensa recogiera nuestras proezas y hablara de nosotros.
-¿Y la Prensa hablaba de ustedes?
-Yo debo decir que, desde el primer cuadro que vendí, empezaron a hablar de mí. Naturalmente el arte no era como ahora, que hay cinco mil artistas por cada barrio; en aquel momento éramos muy pocos y los periódicos hablaban de arte y tenían sus criterios. En aquella época, en París, había muchos salones de todo: salón de otoño, salón de las mujeres pintoras, de las palmas académicas…Yo me presenté al salón de la joven pintura, para los que tenían menos de cuarenta años, que era un salón muy vivo y muy fuerte, políticamente muy duro, y me admitieron el primer año. Y a partir de ahí ya me metí dentro de la historia de las galerías.
-Más allá del arte, e incluso mezclado con él, siempre se le relacionó con la izquierda, con la progresía e incluso el comunismo.
-Yo siempre he dicho que no he estado nunca inscrito en nada, pero he estado un poco más lejos que eso, porque andaba en grupos que estaban mucho más a la izquierda del Partido Comunista. No me arrepiento de nada, pero es un mundo que no me interesa absolutamente nada. No me molesta, pero no comprendo el tiempo perdido. Yo creo que en aquella época el Partido Comunista era la única oposición al franquismo, que era lo que a mí me interesaba; el Partido Socialista eran cuatro gatos que estaban tomándose una tortilla de patata en los altos de Sevilla.
-Usted volvió a España en el 76, tras la muerte de Franco. Pero no tuvo lo que se dice un gran recibimiento. ¡Y eso que venía con mucho reconocimiento de Francia!
-La Transición no era un buen momento para la pintura, pero además es cierto que había divisiones entre nosotros. Entre los artistas de fuera y de dentro había muchos líos. En todo caso, cuando yo recuperé el pasaporte vine con una gran exposición muy ambiciosa que se hizo primero en Barcelona y funcionó a medias y luego en Madrid, donde fue una catástrofe total. Pero es que entonces yo era un perfecto desconocido por dos razones: primero, porque yo decidí no vender ni una sola litografía con Franco vivo, cosa que no hizo nadie, claro, porque todo el mundo tenía sus posiciones políticas más o menos antifranquistas, pero todo el mundo exponía ¿entiendes? Es lógico. Pero yo no. Y entonces, claro, yo era una especie de ovni. «Este Eduardo Arroyo es un personaje conflictivo que hace la guerra por su cuenta», decían. Pero claro, fuera era bastante conocido.
-Y tanto. Fue el primer pintor español que entró en la Malborough, ¿no?
-¡Y el primero que se fue! A los seis meses exactos. Sólo dejé los cuatro cuadros de los dictadores (Hitler, Mu-ssolini, Franco y Salazar), que ahora están expuestos en el Reina Sofía.
-¿Por qué se fue?
-Porque no nos entendíamos en absoluto. Fue un rechazo recíproco. Y lo cierto es que ni mis amigos ni mis colegas entendían que me fuera de la galería más importante del mundo, pero me marché sin dudarlo.
-El caso es que aquí aún tardó un tiempo en llegar su momento, pero finalmente lo hizo en los años 80, cuando le dieron el Premio Nacional de Artes Plásticas y hasta se le dedicó una exposición en la Biblioteca Nacional.
-Me fui integrando poco a poco. Tampoco hay que darle tanta magnitud a los éxitos y a los fracasos. Tras aquello, aún los pasivos eran muy complicados y yo seguía viviendo en París, a donde me había vuelto. Pero ahí ya comencé de una manera tímida a hacer una serie de exposiciones en Madrid y al poco tiempo me compré esta casa, porque mi deseo de integración era muy grande.
-¿Sigue cercano a la progresía ahora?
-Pues es que no existe y la que existe no me interesa en absoluto. Me considero un hombre de izquierdas y lo seré toda la vida, pero la que hay no es la izquierda que me interesa.
-¿Y la derecha le interesa?
-Yo nunca critico a la derecha porque no la conozco, pero sí sé que la izquierda no tienen nada que ver con «mi» izquierda, pero nada de nada.
-Parece vivir al margen del mundo. ¿También de la crisis?
-Si eres un artista o un intelectual o un escritor, vives permanentemente en crisis. Yo siempre he vivido en crisis y estoy muy acostumbrado. Esta es particularmente dura por lo larga y lo grande y porque golpea brutalmente. Me disgusta mucho que la gente lo pase mal.
-Incluidos muchos artistas, que ahora no pueden vivir del arte.
-Hombre, habría que ver qué quiere decir eso de ser artista, ver quién se considera artista y quién pretende vivir del arte. Pero creo que si eres artista y quieres vivir del arte, lo mejor que puedes hacer es irte fuera de España, a cualquier sitio y buscarte la vida.
-Ya se están yendo muchos de todos los ámbitos…
-Sí, y seguramente son los más brillantes.
Personal e intransferible
Eduardo Arroyo tiene 75 años y una apasionada tranquilidad. Ya no es tan beligerante como en su juventud, cuando se hizo pintor en París y al poco impactó en la III Bienal con unas pinturas que condenaban la represión ideológica de las dictaduras, incluida la de Franco. Confiesa no haber tenido sentido paternal, pero los sentimientos fluyen cuando habla de su hijo, «que no es hijo biológico, pero es mi hijo». También asegura que es completamente ateo, que no cree en la posteridad ni en la gloria póstuma y que en su lápida sólo quiere que figure «Eduardo Arroyo, pintor». Pero en lo que sí cree (y le sigue emocionando) es en la pintura. ¿Y tiene algún sueño sin cumplir respecto a ella? «¡Pintar un cuadro! Pintar el cuadro que no he pintado y que no pintaré jamás porque soy incapaz de pintarlo!».
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