Ministerio de Justicia

La ley de la bilis

La Razón
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El amarillismo se definió por las tiras cómicas de ese color en los tabloides estadounidenses sensacionalistas. Por fortuna, caída la censura, no prendió entre nosotros la bilis. El amarillista «Libre» duró una semana, y «Claro», de cuya inviabilidad había advertido Luis María Anson, agonizó poco más. Aquí lo amarillo fue verde: el destape. Y con el tiempo la vesícula biliar se ha instalado en una televisora, pero la Prensa se ha librado de un «News of the World». Empero si se publicitan las actuaciones policiales y se airean los secretos de los sumarios añadimos a la pena de banquillo las del telediario y la prensa escrita, haciendo imposible la presunción de inocencia. Marta Domínguez, nuestra mejor atleta, ha sido linchada antes de declararla limpia de todo cargo, y del colgamiento sumario no se vuelve. La Ley del Juez Lynch sobre los cuatreros tenía un sentido cuando el caballo separaba la vida de la muerte, pero hoy es una barbarie que infecta a los medios. Los límites a la libertad de información y el respeto a la intimidad y al derecho a la propia imagen se atropellan y confunden cuando sentenciamos antes del archivo o absolución en una causa. El ejemplo de Marta ha llevado al tartán a muchos jóvenes, pero hoy su honor está irremisiblemente dañado, como, en otra clave, el de José Ortega Cano. El amarillismo es como el agua que penetra por cualquier resquicio, y los jueces, los periodistas y las policías tendremos que acordar un terreno de juego para evitar que la biliosidad ahogue a las víctimas y termine con propio honor.