Bilbao
Belén Ordóñez: vive deprisa muere joven
Belén, la hermana pequeña de Carmina, falleció ayer cuando apenas se cumplían diez días del octavo aniversario de la muerte de «la divina». La conmoción que provocó en su hija la impidió viajar desde Bilbao para asistir a la incineración.
«He sido feliz y lo sigo siendo. A nadie que me conozca le puedo dar la impresión de que mi vida es triste. Pero que hablen de mí, sea para mal o para bien. Lo que no me gustaría es llegar a un sitio y que no me miraran, que no supieran quién soy». Casi ocho meses después de que Belén Ordóñez pronunciase estas palabras –durante una entrevista que concedió a LA RAZÓN en diciembre del año pasado–, se podría afirmar que esa indiferencia a la que tanto temía no estuvo presente en su vida, ni tampoco en su muerte. Belén Ordóñez falleció la madrugada del viernes mientras dormía –su cuerpo sin vida fue hallado a primera hora de la mañana– en el madrileño hospital de El Viso. Llevaba ingresada varios días a causa del enfisema pulmonar que padecía y que la obligaba a recibir respiración asistida. A pesar de sus numerosas crisis, se encontraba estable y, según ha podido saber este periódico, tan sólo unas horas antes, se había despedido de su hija Belén, que viajaba a Bilbao de vacaciones con una de sus tías. Los restos mortales de la hija menor del diestro Antonio Ordóñez se trasladaron al tanatorio de Tres Cantos, donde numerosos amigos y familiares –entre ellos, sus sobrinos Francisco Rivera, Cayetano y Julián Contreras– le dieron el último adiós, antes de que fuese incinerada .
También fueron muchos los que ayer se conmocionaron ante su pérdida y quisieron dedicarle un último adiós vía Twitter –su fallecimiento se convirtió en «Trending Topic»–, como su amiga Lolita Flores, que escribía: «Esta noche estaré en el escenario de Starlite, mi pena también estará y mi cariño y mi dolor. Un beso Belén Ordóñez. Te quiero». Asimismo, su hija, Elena Furiase, le dedicaba unas palabras: «Mi más sentido pésame a la familia Ordóñez, que es como si fuera la mía! Belén y Carmen no os olvido! Madrina ya estás acompañada.»
De cuerpo menudo, pero de voz gruesa, Belén Ordóñez era una mujer de contrastes, que combinaba una imagen frágil, barnizada en nostalgia, con una fortaleza galopante y, sin embargo, arrolladora. Tuvo la fuerza de voluntad suficiente como para romper su matrimonio con el novillero ecuatoriano José Luis Cobo –que la mantuvo encerrada quince días en la habitación de un hotel–, pero nunca pudo vencer su adicción al tabaco, aún padeciendo una enfermedad respiratoria grave. «Antes fumaba paquete y medio y ahora sólo cinco cigarrillos», se justificaba con cierta sorna. Porque Belén tenía ese punto guasón y divertido, según cuentan sus amigos, aunque esa faceta alegre convivía con la otra, la que le empujaba a levantarse llorando todas las mañanas aquejada por numerosos episodios depresivos, como ella misma relató en su libro de memorias «Recuerdos».
Caminaba con mucha dificultad –«voy agarrada a mi sillita de ruedas y, si me canso, me siento» comentaba–, pero, a pesar del deterioro físico, el pasado 29 de junio quiso celebrar su cumpleaños rodeada de sus amigas y sus seres queridos. «Cumplo 56 años y, gracias a Dios, los cumplo. Esto es una cosa que no va a mejorar mucho más, porque es crónico, pero me siento un poco mejor. Tengo que tener paciencia», declaraba a los medios tras una de sus muchas salidas del hospital. El deterioro de los últimos años hizo que proliferaran numerosos comentarios en torno a ella: se especuló con su adicción a las drogas y se llegó a rumorear que vivía en la indigencia y que estaba arruinada, algo que Belén siempre negó: «Tengo mis rentas, no es que tenga un dineral, pero vivo muy bien, gracias a Dios».
Tan luchadora como, a veces, débil, la menor de los Ordóñez superó un cáncer linfático –tras ser tratada en Houston hace siete años–, pero jamás pudo asimilar el fallecimiento de su hermana Carmina, situación que siempre señaló como la más difícil a la que tuvo que hacer frente. «Es un recuerdo amargo, amarguísimo. Con ella se fue mi otra mitad y es algo que no puedo olvidar ni remediar», comentaba a este diario. Para la periodista Rosa Villacastín esta fue, sin duda, la mayor estocada que recibió. «La muerte de su padre y de Carmina fue definitiva. Ella veía a su hermana sin debilidades ni defectos. La veía como una diosa, triunfadora, libre... Y en el fondo, de una manera inconsciente, Belén se dejó ir, fue tirando la toalla, muriéndose poco a poco porque, exceptuando a su hija y sus sobrinos, ya no había nada aquí que la retuviese», comenta. Con el fallecimiento de su hermana –el pasado 23 de julio se cumplieron ocho años de su pérdida– desaparecía su respaldo, su bastón y su refugio. «Su hermana era la fuerte, ella se protegía mucho con Carmen y su muerte la dejó a la intemperie», explica Villacastín.
Desde el mundo del corazón, en el que ella fue una habitual, siempre la han acusado de vivir a la sombra de su hermana Carmina: a la sombra de su éxito, de su fama, de su personalidad. Sin embargo, la tristeza que ayer causó su fallecimiento, la despertó con nombre propio, por ella misma, porque, al igual que la belleza, ni el cariño ni el amor se pueden heredar.
«Mantuvieron el espíritu de hacer lo que les daba la gana hasta el final. Y las dos hermanas eran unas bellísimas personas, incapaces de hacer daño a nadie. Si acaso han hecho algún daño en su vida, ha sido a ellas mismas», comenta Rosa Villacastín. Fue Belén Ordóñez quien se encargó de dar lustre a la imagen de su hermana Carmina, de que permaneciese inmaculada a los ojos de todos, como lo estaba en su recuerdo. Se ocupó de conservar todo lo bueno, de tenerla viva y presente. Por eso, ahora, con la muerte de Belén, parecen haberse ido las dos. Las Ordóñez. Aquellas dos hermanas libres, que vivieron a su manera y que, de algún modo, también fueron víctimas de su propia libertad.
Una madre que se fue demasiado pronto y una madrastra de cuento
Hijas del matador Antonio Ordóñez y de Carmen González, las hermanas Ordóñez crecieron en un ambiente feliz que se vio truncado con el prematuro fallecimiento de su madre en 1982, a los 54 años de edad. «Perdimos la brújula que guiaba nuestras vidas», comentó la propia Belén en sus memorias. La situación se agravó cuando su padre volvió a contraer matrimonio con Pilar Lezcano, una mujer con la que ninguna de las dos hermanas llegó a entenderse y a la que, incluso, se referían con el mote de «la Osa».
Belencita, el mayor orgullo de su vida
Fruto de su relación con Francisco Ruiz Wagner, la única hija de Belén Ordóñez, Belencita, ha sido un respaldo fundamental para su madre y estuvo junto a ella hasta la noche previa a su fallecimiento. Alejada de los medios y de los platós de televisión, Belencita, de 30 años, ha crecido al margen de las cámaras y, junto a sus primos Fran, Cayetano y Julián, era el mayor orgullo de Belén Ordóñez: «Mi hermana y yo nunca decíamos tus hijos o mis hijos. Decíamos los niños. Mi mejor recuerdo es sin duda el nacimiento de mi hija y de mis sobrinos». Muy afectada por la pérdida de su madre, la hija de Belén Ordóñez no pudo estar en el tanatorio de Tres Cantos.
Curro, su amor verdadero
- Se casó dos veces: la primera, a los 18 años, con Juan Carlos Beca Belmonte. La segunda, con el novillero José Luis Cobo, con el que conoció la tragedia de los malos tratos.
- Tuvo varias relaciones estables, pero sólo un gran amor: Curro (Francisco Ruiz Wagner), el padre de su hija, que murió de cáncer tan sólo un año después de haber perdido a su madre, Carmen González.
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