Sevilla
Puñalada post mortem
Gente atraída por humores de muerte, divirtiéndose en primera fila y reconstruyendo el asesinato para no escatimar detalles por la mañana en el café. Entre el nutrido público una niña de tres años busca el sueño en el hombro de su madre, aguantando el tirón para no perderse el momento estelar porque llegó tarde a ver la puñalada mortal, con la sangre salpicando en 3D. Una patulea de inconscientes encontró en la desgracia ajena su momento más interesante del día y seguramente de aquí a varios años. Imposible desengancharse del crisol de observadores, escrutadores de un par de zapatos tan inertes como el cuerpo que yace bajo la sábana blanca. Los testigos acompañaron a la Policía y ellos trataron de suplantarlos relatando en voz alta la versión de los hechos definitiva, la que los convierte de meros transeúntes en casi hacedores del milagro al taponar con sus propias manos la herida mortal. Doble puñalada para Ana. Su muerte sirvió de espectáculo a quienes de otro modo no hubieran reparado en ella. Sólo el cordón policial impidió que se regodearan en la sangre y tiñeran sus manos para hacer más verosímil la fábula. De no ser porque el asesino había sido detenido instantes después de desbaratar una vida a puñaladas, alguno de los presentes se habría ofrecido voluntario, por ver su careto retratado en el periódico.iego de gente permite imaginar extensas colas de compradores-lectores mendigando una dedicatoria y media sonrisa. Sólo las he visto en El Corte Inglés con escritores de renombre como Ussía o Ana Botella. En el reducido universo literario de Sevilla, las estrellas se reducen a prolíficos e incansables como Nicolás Salas o diseccionadores de animales –políticos y de compañía– como el afable Antonio Burgos (José María Pemán para los no iniciados). El resto figura con letra pequeña en el cartel y los paseantes no serían capaces de llamarlos por su nombre si no estuviera escrito en letra bien hermosa en uno de los ejemplares que firman. Lo firma porque lo escribió de su teclado y letra, porque lamentablemente el recuento al final de la jornada será escaso. Ni Eduardo Mendoza ni Pérez Reverte, inquilinos del Olimpo, sufrirán el vacío porque son legión los analistas de su obra que arrancan conclusiones de sus textos que el autor ni imaginó. La orfandad del escritor se afronta en solitario, muchas veces no se supera. Vender es cuestión de marketing y el marketing no funciona sin nombre propio. Por eso, si ven a un aprendiz de best-sellers, acérquense y aprovechen para saber algún detalle extra sobre ellos. Si luego no les gusta, siempre pueden dejarlo en la mesita por si algún intelectual impertinente les pregunta qué libro están leyendo.
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