Grupos
Rockeros y funcionarios
La presencia en La Cartuja de U2 (que se pronuncia «you too», es decir, «tú también»: ahí sí tiene el portavoz Alonso un claro caso de polisemia en la lengua inglesa) no puede ser sólo interpretada en clave de guasa sevillana porque meter a ochenta mil tíos en un estadio al precio astronómico que costaban las entradas es cosa seria. Pero no pasaron ni dos horas de finalizado el concierto cuando ya corrían como la pólvora dos maledicencias: lo que se parece el guitarrista The Edge a Fernando, el camarero de zona de fumadores del Rinconcillo; y la pinta que tiene Bono de venir directamente de Astilleros sin haberse quitado las gafas de soldador. Algún despistado hubo que pensaba que el vocalista y el presidente del Congreso eran la misma persona, y le pidió un dueto con su consuegro Raphael. Por lo demás, cuentan que el despliegue tecnológico superó con mucho a la entrega de unos artistas cincuentones, con el riñón forrado y más galas encima que la cabra de un gitano. Tocaron lo que estaba previsto sin interactuar con la concurrencia y ni siquiera regalar un bis. Al final, hay que quedarse con el tópico de la luz, el color y el escenario vanguardista, que es como cuando de una superproducción cinematográfica se elogia la fotografía. Faltaría sólo que se presentasen con tres bafles de segunda mano, como el «conjunto estiércol» de los Pata Negra. Será de tanto cubata y tanto polen.
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