Presidencia del Gobierno

Enredo y farsa

La Razón
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Tras la caída de Zapatero del caballo, una costalada que pide a gritos un hagiógrafo, reina cierta confusión en medio de la polvareda y resulta difícil orientarse por las voces de los políticos. Ahora mismo no se distingue la raya que separa a unos de otros, a las izquierdas de las derechas ni a los españoles de los nacionalistas, como si alguien hubiera pisado el hormiguero de las identidades sembrando el desconcierto en la colonia. Si se da crédito a lo que se oye a diario, la escena política ha alcanzado la sofisticación de un enredo de Lope, pero sin moraleja. Veamos: el Gobierno, que es socialista y de izquierdas, ha legislado el mayor tijeretazo social de la democracia y se apresta a liberalizar el despido; la oposición de derechas se ha erigido en el Robin Hood de los pensionistas y en abogado de los damnificados del recorte; al mismo tiempo, la derecha europea y el G-20 aplauden a Zapatero como a uno de los suyos; y en medio del pandemónium, suena el Tambor del Bruch, a cuyos sones acuden como un solo hombre los nacionalistas catalanes para salvar España, que amenaza naufragar y ahogarse en su propia saliva. A todo esto, el creso Bill Gates afea al presidente español el recorte de la ayuda internacional; el chapapote que tiznó a Aznar es ahora el chapapote de Obama; florecen las feministas defensoras del pañuelo islámico; se prohíbe a los militares tocar el Himno Nacional y los sindicalistas se mesan los cabellos como vírgenes ultrajadas tras vivir seis años como barraganas. Hallar sentido a todo ello no está al alcance ni del Club Bilderberg, que salió a escape de Sitges aterrorizado del país que había elegido para salvar al mundo. El paisaje es de escombrera y exhala un aroma de cambio, de flores marchitas que guardan luto por una época agonizante, descreída y relativa. En estos seis años socialistas, al calor de la bonanza económica y de la fácil subvención, los aprendices de brujo han jugado a la Segunda Transición con los huesos de la Segunda República, sin percatarse de que a quien hay que resucitar no es a los abuelos, Dios los tenga en su gloria, sino a los nietos. Por primera vez en 80 años, los hijos tienen peores perspectivas económicas y laborales que sus padres. Éste es el drama que hace crujir las cuadernas sociales e incita a refundar todo el edificio. Sin un futuro mejor no hay presente que valga. Y todo lo demás es enredo, equívoco y farsa, tótum revolútum en el que para redimir al país se turnan con igual entusiasmo Manolo el del bombo (Es-pa-ña, Es-pa-ña) y Duran el del tambor (Es-pan-ya, Es-pan-ya).