Teatro

Viena

Richard Strauss poderoso caballero

Con las entradas agotadas, se estrena en Madrid la espectacular puesta en escena de «El caballero de la rosa» ideada por el fallecido Herbet Wernicke

En un momento dado se cerraba la trasera y emergía una imponente pirámide de libros (en la imagen) entre cuyos lomos se situaban los miembros del coro.
En un momento dado se cerraba la trasera y emergía una imponente pirámide de libros (en la imagen) entre cuyos lomos se situaban los miembros del coro.larazon

Dos veces dio un giro casi copernicano Richard Strauss a su carrera operística. La primera de ellas sus composiciones llevaban nombre de mujer, eran «Electra» y «Salomé»; la segunda recibió un aluvión de críticas –por lo que fue considerada una vuelta atrás en su trayectoria– que a cualquier otro autor le hubieran sepultado de por vida. Él, sin embargo, salió indemne. La obra es «El caballero de la rosa» («Der Rosenkavalier»), un ópera cómica en tres actos estrenada el 26 de enero de 1911 tan agridulce y deliciosa de paladear como un pepinillo envasado con sabor a miel. Gerard Mortier quiso, desde el mismo momento que decidió unir su destino laboral al Teatro Real, que esta ópera estuviera presente en su primera temporada al frente del coliseo («Es el mejor "El caballero de la rosa"que he hecho en mi vida», ha declarado el responsable artístico del Real en una entrevista). La propuesta de contar con un montaje de Cristof Loy fue rechazada por el belga casi desde el minuto uno. No es ningún secreto el escaso o nulo «feeling» existente entre ambos, acrecentado, además, por la puesta en escena de «Lulú», título que abrió la temporada en 2009-2010 y cuyo planteamiento escénico provocó el rechazo abierto (y dicen que también más de un bostezo) de Mortier.


Producción caleidoscópica
Estaba claro que más temprano que tarde llegaría al Real la gran obra cómica de Strauss con libreto de Hugo von Hofmannsthal, pero nunca con la firma de Loy, a quien no volveremos a ver durante la era Mortier. El montaje que sube al escenario el próximo 3 de diciembre (el primero que agota entradas de la era Mortier) tenía que ser y es el que firma el tempranamente desaparecido (falleció en Basilea en 2002 a los 56 años) Herbert Wernicke, una producción con un enorme ingenio teatral que se puede definir como caleidoscópica, formada por prismas que se mueven, se abren y cierran y en los que los cantantes e incluso el público se reflejan. Su estreno supondrá el regreso del regista al coliseo, uno de los nombres que marcan la dirección de ópera del siglo XX tras el inolvidable «Don Quijote» de Cristóbal Halffter, que supuso un hito y cuya estructura descansa almacenada en unas naves de la Comunidad de Madrid. En aquel febrero de 2000, han pasado ya más de diez años, el coliseo daba con titubeos sus primeros pasos. Wernicke durante el tiempo que duraron las representaciones quijotescas dejó su huella en el Real.


Adoración por España
Meticuloso y hasta cierto punto obsesivo con algunos de sus montajes, se ganó con su profesionali- dad a todo el equipo, del primero al último. Quienes trabajaron a su lado en el teatro le recuerdan como un hombre disciplinado, incansable, coherente con sus principios, divertido y abierto siempre a tomar una caña en algún bar cercano a la plaza de Isabel II. Cuando «Don Quijote» bajó el telón todos los que habían colaborado con Herbert Wernicke quisieron darle las gracias. No era necesario una cena en un restaurante de postín. Bastó y sobró con una despedida en la cantina del teatro, abarrotada, a donde incluso se llegó a bajar un piano para dedicarle fragmentos de zarzuela, género que adoraba, como España, una de sus pasiones confesas. Su repentina muerte dejó a la dirección escénica sin uno de sus grandes y algunos proyectos en el camino.

Mortier le admiraba y le admira. Las trayectorias de ambos han corrido parejas desde que aquél le encargara un «Anillo del Nibelungo» para ser representado en el Teatro de La Moneda, casa que dirigió en una de sus etapas más fructíferas. Tras Bruselas, el belga tomó la plaza salzburguesa y llegaron más colaboraciones: «Boris Godunov», con la batuta de Abbado, «El caballero de la rosa» (estrenada allí en 1995 y que dividió al público quizá por la batuta de Maazel; posteriormente se ofreció en la Ópera de París cuando Mortier regía sus destinos) y «Fidelio».

A Madrid llega la versión concebida por el regista alemán y cuya dirección musical corre a cargo de Jeffrey Tate. Para el papel de La Mariscala se ha contado con Anne Schwanewilms, el barón Ochs será Franz Hawlata y Octavia (papel interpretado por una mujer), Joyce Di Donato, que tantas buenas noches nos ha hecho pasar en el coso madrileño. No podemos olvidar a dos voces españolas en el reparto, la de Ofelia Sala como Sophie y la de José Manuel Zapata, en el papel de un cantante y que tendrá el privilegio de entonar una de las arias de mayor riqueza e intensidad musical. La historia de esta farsa que arranca las lágrimas en el tercer acto tiene como protagonista al amor correspondido y al que no lo es, al paso del tiempo, a la juventud que no regresa y a una flor de plata, esa rosa del título, y que el joven Octavian, emisario amante de La Mariscala, deberá entregar a Sophie como prenda de amor del inafable y zafio barón Ochs.


Los valses irónicos
Aún se recuerda en la plaza de Isabel II el último Strauss, que fue «Salomé», en la macroproducción de Robert Carsen. Musicalmente, este Strauss tiene poco que ver con aquel, ni tampoco con «Electra». En ambas el compositor coquetea con la experimentación y la atonalidad. Aquí hay ciertas reminiscencias de Mozart y una conexión mucho más cercana con el Strauss de los valses. Anne Schanewils, la soprano que actúa como La Mariscala, asegura que «el estilo musical de Viena es fundamental en esta ópera, pero el autor se burla un poco de ello y de la clase alta vienesa. No sé cómo se entenderá esto aquí, aunque seguro que disfrutan la música». La cantante subraya que, en contra de lo que dicen, el público madrileño es cálido y más abierto que el italiano.



El detalle
LA PIRÁMIDE DEL QUIJOTE

La imagen ha quedado en la retina. Cuando el 23 de febrero de 2000 se estrenó la ópera de Cristóbal Halffter, el público no daba crédito a lo que tenía delante: dos excavadoras irrumpían en escena y vomitaban libros a un foso. La parte de atrás del escenario estaba abierta a la calle, algo que jamás se ha vuelto a hacer en el teatro, con el consiguiente ruido de tráfico de la calle. En un momento dado se cerraba la trasera y emergía una imponente pirámide de libros (Foto 2) entre cuyos lomos se situaban los miembros del coro. Wernicke se sintió fascinado desde el primer momento por el proyecto que Halffter le ofrecía dirigir, tan español y universal al tiempo. Le bastaron unas cuartillas, un esbozo de la idea que tenía el compositor en la cabeza, para saber leer más allá del pentagrama. No dudó en aceptarlo. El resto ya forma parte de la joven historia del coliseo.