Artistas

Fuera de las dos Españas por Alaska

Fue provocador, moderno y satírico sin proponérselo

El empresario, el hijo del marqués y la amante en «La escopeta nacional»
El empresario, el hijo del marqués y la amante en «La escopeta nacional»larazon

Nunca quiso ser un genio, pero lo fue. No tenía pretensiones de artista maldito ni amargado ni sufriente, no tenía prejuicios ni formación académica. Nunca hubiera pasado por una escuela o una facultad de cemento. Tampoco quiso ser un provocador, y eso es lo que le hace tan interesante. Disfrutaba con lo que hacía y nunca fue creador de los de sentarse veinte horas para pensar una idea. O sale, o no sale, y, mientras, me tomo una copita. Ese era su estilo y lo hacía desde su mundo. No me interesan los que intentan ser rompedores, y si Luis provocaba es por su talento y su incomparable sentido del humor, no por intención. Fue un espíritu libre siempre sin prejuicios. Iba por donde creía que tenía que hacerlo, y rodaba películas sin escuela, sin saber lo que estaba bien o mal, aprendiendo como se hace en la vida, dando de lado las otras opiniones. Se inventaba un plano secuencia simplemente por no mover la cámara, y eso es ser un genio.

Su modernidad estuvo presente en todo el cine que hizo, porque si se dice que «El verdugo» o «Bienvenido Mr. Marshall» son películas modernas, que lo son, también lo fue «París-Tombuctú». Aunque, si tuviera que elegir, me quedo con la trilogía «Nacional», porque en mi opinión es la astracanada mayor de Berlanga, el reflejo de su espíritu único. Tan propio que es imposible que consiguieran cogerle en alineamientos políticos. Es imposible que lo hiciera, con nadie, porque era lo bastante inteligente como para saber que el discurso maniqueo no existe. No era nada dogmático, por mucho que algunos dijeran: «El tipo que hizo ‘‘El verdugo'' está en nuestras filas». Pues va a ser que no. Porque era imposible meter a Luis en el discurso de las dos Españas.

Pero para mí siempre será Berlanga padre. Estaba ahí cuando empezamos con el grupo junto a su hijo Carlos, con una sonrisa benévola pero sin creer mucho. Vino a uno de nuestros primeros conciertos y se encontró con mi madre. Se miraron y dijeron: «Estos no van a llegar a nada». Pero no se metió, ni intervino. Miraba y sonreía.


 Alaska