Collado Villalba
«Tengo toda mi vida ahí dentro»
Las grietas comenzaron a hacerse visibles hace 3 ó 4 meses. Juan Carlos, que vive en el segundo, se percató de una «pequeña rajilla que salió encima de la puerta». Se lo dijo a su padre, pero éste no le dio importancia, «serán cosas de los cimientos», ya que a veces las «casas se mueven», explicaban ayer.
Pero en el domicilio de Juan Carlos no se le atribuyó a esta aparición toda la significancia que ha tenido con el paso del tiempo. «Cuando hablamos con los vecinos, nos hemos dado cuenta de que no era un hecho aislado», explica el vecino del número 19 de la calle Maestro Serrano, en Collado Villalba. La alarma se despertó el pasado sábado en el bajo edificio desahuciado. La propietaria de esa vivienda, que la había comprado hace cinco años «por 31 millones de pesetas», fue la que padeció el foco de las grietas. Ese piso se lo vendió Paloma, que ahora mira con estupor el bloque, «me da pena, en el fondo es parte mío». Precisamente, en el bajo, su antigua vivienda, fue donde comenzaron a abrirse las paredes, «de repente», comenta María, una vecina del inmueble de enfrente que no ha resultado afectado, aunque hoy «tienen que venir a ver qué pasa con nuestro bloque», confiesa temerosa. Fue el edificio de enfrente el que tenía riesgo de venirse abajo, y ante la inminente crecida de las grietas del bajo, la inquietud fue corriendo de un vecino a otro. Rachid, que lleva doce años viviendo en ese bloque –en un primero–, no estaba en su casa la noche del sábado. «Me llamaron y me dijeron que se estaba cayendo el techo». Cuando llegó poco pudo hacer, les dieron apenas 20 minutos para que desalojaran el edificio. Rachid salió con sus cuatro hijos y su esposa, y sin saber qué hacer, acudieron a casa de su hermana. Este es caso de muchos de los inquilinos de estas viviendas. Los familiares han acogido a la inmensa mayoría de residentes ya muchos de ellos «están en paro», afirma Alfonsa, otra vecina del edificio situado enfrente que atestigua que, desde que se desalojó el inmueble, «se escuchan ruidos de grietas». Dejan en el interior de este bloque, todos los recuerdos de una vida que ya no podrán recuperar. Juan Carlos, si pudiera pasar cogería el «ordenador, que no lo tengo pagado». Como él, todos los vecinos pasan de vez en cuando por la calle, que está precintada a la altura del inmueble, y contemplan con impotencia los últimos días que le queda en pie. «Tengo toda mi vida ahí dentro», añora Rachid.
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