CC OO

Un fracaso para la izquierda

La Razón
La RazónLa Razón

Más allá de la habitual guerra de cifras sobre el desenlace de la jornada, la sensación y la percepción fueron que la huelga general, convocada por los sindicatos y apoyada expresamente por el PSOE y el resto de la izquierda, fue un fracaso y que sólo tuvo incidencia limitada en sectores muy localizados. No se paralizó el país porque no prendieron en la ciudadanía las razones de una protesta política. CC OO y UGT hablaron de éxito e, incluso, en una sobreactuación llamativa, tildaron lo sucedido de «hito histórico», aunque a continuación reconocieron un seguimiento menor. El consumo de energía en las primeras horas de la jornada, cuando arrancaba la actividad de la industria y el comercio, fue determinante para calibrar la convocatoria. El 12,5% inferior al alcanzado a la misma hora del miércoles de la semana pasada supuso 8,6 puntos por debajo de la tasa registrada a esa misma hora en la anterior huelga general de marzo, que ya fue un fiasco. El clima de normalidad en el país sólo fue roto puntualmente por la actuación de los piquetes coercitivos, que no informativos, y por las algaradas callejeras protagonizadas por grupos de los denominados «indignados» y otros elementos antisistema, que, en la práctica totalidad de los casos, resultaron eficazmente controlados por las Fuerzas de Seguridad. Se respetó el derecho a la huelga y la Policía protegió la libertad de esa inmensa mayoría de españoles que prefirió trabajar. El fracaso de la protesta lo es sobre todo de sus promotores y, especialmente, de un partido como el PSOE, culpable en buena medida de la situación que sufre el país, y que tuvo la osadía de situarse el primero de la manifestación. Los socialistas, con Rubalcaba a la cabeza, que ayer mismo aseguró que la movilización «estaba cargada de razones», deben decidir de una vez si su apuesta por la radicalidad y la confrontación será definitiva o si recuperan el sentido de Estado perdido y el ejercicio de una oposición responsable. En cuanto a Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo han logrado llevar al sindicalismo español a cotas de desprestigio y desafección popular tales que su liderazgo es insostenible. La renuncia es un paso imprescindible para abrir la recomposición y regeneración que el movimiento sindical precisa si quiere entrar en el siglo XXI y homologarse a otros modelos europeos de arraigo entre los trabajadores como el alemán. Pese a que los españoles dieron la espalda a la huelga, convendría también que el Gobierno no relativizara el evidente descontento social derivado de tantos sacrificios e incidiera en un esfuerzo de explicación de las reformas. España hace lo que debe y Europa lo reconoce así. No hay remedios mágicos ni atajos. En esta coyuntura, las huelgas no crean empleo ni riqueza. Si fuera así, Grecia sería hoy Alemania.