Literatura

Japón

Samuráis nucleares

El sacrificio de los trabajadores de Fukushima enlaza con la mentalidad japonesa. «La nobleza del fracaso», de Ivan Morris, recoge las vidas de algunos héroes trágicos del país imperial

Para el escritor Ivan Morris, el japonés sabe que siempre le espera un destino trágico por el karma que le envuelve
Para el escritor Ivan Morris, el japonés sabe que siempre le espera un destino trágico por el karma que le envuelvelarazon

En todo el mundo se les conoce como «liquidadores». Son los encargados de frenar las consecuencias de un accidente nuclear, sabiendo que quedarán contaminados y morirán por tapar con las palmas de las manos las grietas de una enorme presa. Ingenieros, científicos; personal altamente cualificado que está obligado a quedarse allí por contrato, mientras todo el mundo huye. La suya es una figura jurídica que se hizo célebre con el desastre de Chernóbil.

Pocos de los que allí trabajaron viven hoy. En el caso de los 180 de Fukushima, o los samuráis nucleares, como ya se les conoce en el mundo, han aceptado su suerte. Asumen su destino fatal por el cumplimiento de un bien superior, una forma de pensar que en Japón tiene más de quince siglos. Un libro abunda sobre la historia de los héroes trágicos de la historia de Japón más emblemáticos.

Elegidos para arduas tareas

Desde el siglo IV, de Yamato Takeru al vicealmirante Onishi, instructor de kamikazes, «La nobleza del fracaso», de Ivan Morris, selecciona nueve historias de hombres «elegidos para las más arduas tareas, preparados para enfrentarse al enemigo más temible mirándole a los ojos, y, finalmente morir sin rendirse. En algunos casos, antes que ser derrotados, prefieren quitarse la vida con el ritual de «seppuku» (o «harakiri»), que consiste en abrirse el vientre con una espada corta y, para evitar un largo sufrimiento, ser decapitado por un ayudante. Todo, siguiendo las normas de una estricta ceremonia. Según Morris, orientalista de prestigio, la mentalidad japonesa cuenta las historias de otra manera. Pocos hablan en Occidente del tiempo que pasó Napoleón en el destierro tras la batalla de Waterloo. «Si perteneciera a la tradición japonesa, el cataclismo y sus amargas secuelas constituirían el núcleo narrativo de la leyenda del héroe», escribe Ivan Morris.

Para el británico, «el héroe japonés siempre ha sabido que por más batallas que gane y por más recompensas que reciba, siempre le aguarda al final un destino trágico por el propio karma que envuelve a los que se enfrentan a un destino doloroso. El encuentro con su destino representa el acontecimiento más importante de su vida», señala Morris para hablar de Yorozu, un samurái del siglo VI. Todos siguen las enseñanzas del Bushido (o camino del guerrero) que prepara al sirviente para servir con honor y por ello, si es preciso, aceptar la muerte. Las historias de estos héroes trágicos combinan la crueldad más brutal con algún caso amable, incluso tierno, como el de Arima no Miko, llamado el «príncipe de la melancolía», que tuvo una muerte desgraciada y patética, y, a pesar de todo, sigue siendo una referencia en la tradición del país.

Pocos guerreros más valientes que Minamoto no Yoshitsune ha dado Japón en su historia, aunque sus hazañas probablemente no sean más que cuentos. Después de una increíble sucesión de campañas militares y de someter a todos los clanes rivales bajo el acero de sus tropas, se vio traicionado y emboscado. Apenas tuvo tiempo de matar a su mujer y quitarse la vida. El hecho de que su existencia pueda ser poco más que una ficción magnificada con el paso de los siglos, y que hoy sea una de las personalidades más queridas de la historia japonesa, no hace más que acentuar la importancia de los valores del sacrificio para la mentalidad nipona.
Más parecidos a los 180 de Fukushima, aunque no aparecen retratados por Morris, serían los 47 Ronin, que murieron siguiendo el ritual de la espada, con el alma tranquila, sabiendo que habían vengado a su señor de la injusticia que también le obligó a suicidarse.

En Occidente conocemos la historia de Saigo Takamori por la película que protagonizó Tom Cruise «El último samurái». Fue uno de los personajes que apoyó la eliminación del antiguo régimen feudal o Shogunato Tokugawa y respaldó la Restauración Meiji, de inspiración europea. Pero en 1877, tras la persecución sistemática de los samurái en el nuevo gobierno, lideró la rebelión Satsuma, que sería el último conflicto encabezado por los samuráis en la historia japonesa.

Sacrificio y «haiku»

La cultura japonesa combina como pocas las palabras poéticas con, muchos lo dirán, el absoluto fanatismo. Como la locura que movió a los kamikazes de la Segunda Guerra Mundial, unos pilotos que, ante la incapacidad de causar daños en la marina estadounidense se arrojaban en picado con sus aviones contra las embarcaciones enemigas, convertidos en proyectiles humanos. En el capítulo del libro que se dedica a su locura, uno de ellos, que cumplió sus designios en 1945 a la edad de 22 años, dejó escrito un haiku antes de su sacrificio: «¡Si por los menos pudiéramos caer/como flores de cerezo en primavera/tan puras y radiantes!». Para los japoneses, la flor del cerezo es el símbolo de la belleza y de lo efímero. «Mirado con sensatez –escribe Morris–, todo resulta estúpido. Nadie entiende que hubiera cientos de pilotos dispuestos a subirse a un artefacto como ese (...) La escena siempre resultará estúpida y difícil de creer para quienes no conozcan la tradición del héroe japonés y el honor que se atribuye a estas causas perdidas, siempre que estén impulsadas por una sinceridad de propósito».


«La nobleza del fracaso»
Ivan Morris
Alianza
632 páginas. 29,50 euros.