Balance del Gobierno

La estrategia del doberman

La Razón
La RazónLa Razón

No ha habido que esperar mucho para cerciorarse de cuál es el «estilo Rubalcaba» de hacer política. Cuando al PSOE y al Gobierno les vienen mal dadas y se hunden en el abismo sus índices de popularidad, la estrategia que sus dirigentes ponen en marcha pasa invariablemente por el insulto a los políticos del PP, la provocación y la retórica de trazo grueso que estimula a sus bases desengañadas. Es lo que se ha dado en llamar la «estrategia del doberman», expresión que transmite con elocuencia la amenazante agresividad de sus inspiradores. Las últimas 48 horas contienen ejemplos variados de esta deriva de acoso y derribo a cargo de sus especialistas más eximios, empezando por José Blanco y por el nuevo vicepresidente primero del Gobierno. La afirmación de Rubalcaba de que el machismo soez forma parte del código genético del PP fue la señal de salida para que durante todo el fin de semana otros intensificaran las insidias y difamaciones. Parece que todo vale con tal de embarrar el terreno de juego y desviar la atención de los espectadores. Impotente para hacer frente al paro galopante, a la pérdida del poder adquisitivo de los consumidores y a un crecimiento casi nulo, el Gobierno de Rubalcaba traslada el espectáculo hacia la bronca tabernaria, la gresca y el lenguaje faltón, como si el principal problema de España fuera la salud o los reflejos del PP. Sería lamentable que los ciudadanos, y entre ellos los propios votantes socialistas, cayeran en el señuelo del doberman y no vieran, más allá del ladrido, la cruda realidad que tratan de ocultar. Lo más preocupante, sin embargo, es la falta de escrúpulos morales y políticos que refleja esa estrategia. Cuando para remontar situaciones adversas se decreta la laminación del rival, nada ni nadie se debe interponer. Incluida la persecución judicial y policial, es decir, la utilización partidista de las instituciones del Estado. No es muy tranquilizador que coincidan en una misma persona la responsabilidad del Ministerio del Interior, la vicepresidencia primera del Gobierno y la portavocía oficial, amén de la tarea de definir la acción política de La Moncloa en conexión con Ferraz. Esta promiscuidad de funciones perjudica la calidad democrática y suscita toda suerte de sospechas. Si ya hay mucha polémica sobre el protagonismo de Rubalcaba en la divulgación de los presuntos casos de corrupción que afectan a dirigentes del PP, ¿cómo discernir a partir de ahora lo que es labor de Estado y lo que es interés de partido? Lo mismo cabe decir con otro asunto excepcionalmente sensible para todos los españoles: la derrota de ETA. La tentación de utilizar la lucha contra la banda terrorista para sacar tajada electoral no es nueva en el PSOE ni en el Gobierno, como quedó demostrado en la pasada Legislatura. Pero hoy, con un panorama económico lastimoso, esa tentación parece que les resulta irresistible a algunos líderes socialistas, que ya han empezado a airear el fin del terrorismo etarra como un éxito inminente. Si a ello se unen las ambiguas declaraciones de Zapatero y Jáuregui sobre Batasuna, es lícito preocuparse por una deriva cuyo objetivo primero es machacar al PP y tender en torno a él otro cordón sanitario que le aísle en las próximas elecciones.