París
Agua ardida (III)
Un tipo que había combatido en el 44 en Europa me dijo una madrugada en el Savoy que haber servido a las órdenes del general George Patton le supuso comprender que en determinadas circunstancias un grito es siempre más convincente que cualquier explicación. «El cabrón de Patton era tan violento como aseguraban sus detractores y su sola presencia podía descomponerte el vientre aunque estuvieses en ayunas, es cierto, pero él era el primero en sufrir sus propias decisiones, de modo que si se cagaba en tu madre, podías estar seguro de que antes lo había hecho en la boca de la suya». Por lo que me dijo aquel fulano, el díscolo general era un tipo culto y sin embargo recelaba de los intelectuales porque, según aseguró haberle escuchado, «llegado el momento de la lucha hay que elegir entre la reflexión y la audacia». En su opinión, los políticos de Washington habrían sido más útiles a la causa aliada si su recurso más inteligente fuese cruzarse de brazos y dejar la guerra en manos de quienes estaban jugándose la vida en el frente. Durante al avance que sirvió para romper el cerco alemán en Bastogne, el tipo del Savoy me aseguró haberle escuchado a Patton algo que le sería muy útil el resto de sus días: «El exceso de verborrea de los franceses y de los ingleses fue lo que alentó el imparable avance alemán hasta París. Les perdió la literatura. Hitler sabía que en la determinación de la Historia las palabras son siempre menos eficaces que la siderurgia. ¿Y cuál es ahora la situación? En Washington me piden que eche el freno y que me tome las cosas con calma. Están negociando la caída de Berlín en manos de los rusos. Por eso quieren hacerme a un lado. ¡Inútiles! Tengo a mis órdenes el mejor material y me obligan a caminar sentado en los pies, como se movería un buey tirado por caballos». Treinta años después del avance sobre Bastogne, aquel tipo parecía recién repatriado de la guerra: «Patton era rudo pero admirable. Aquella tarde me dijo: "En la guerra hay que tomar las decisiones antes casi de plantearse los problemas. De otro modo perderás el entusiasmo y te ocurrirá como a esas parejas que desisten de casarse por culpa de los malditos preparativos de la boda"...»
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