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Cantando en la trinchera

La Razón
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Me conmueve, de verdad, ver a Álvaro Pombo defender ideas políticas con Spinoza de la mano. Le vi asomar los ojos por encima de las lentes para preguntarle a la Plataforma de Apoyo a Zapatero que por qué cantan que la «alegría sea una trinchera». Precisamente una trinchera. Unos en un lado, los buenos; los malos, en el otro. Pero no, ni siquiera es el envenenamiento semántico de las trincheras. A Pombo le ha llamado la atención que sea la alegría la que deba refugiarse en un pedazo de tierra cavada. No creo que los poetas hayan sido más útiles en la lucha política que cualquier otra persona. Los malos poetas, además, suelen mentir. ¿En qué trinchera inmunda del siglo XX ha habido alegría? ¿De qué trincheras hablan? En «Villa Air-Bel» (Debate), de Rosemary Sullivan, cuenta cómo en esa decadente mansión a las afueras de Marsella se refugiaban decenas de artistas, escritores y poetas para viajar a Estados Unidos huyendo de una Francia ocupada. Entonces fue cuando Pombo citó a Spinoza, ofendido: «La alegría no es una trinchera, es una sensación que el hombre siente cuando aumenta su poder de actuar». Dijo Baruch Spinoza, filósofo, pulidor de lentes, judío de origen portugués, minoría entre las minorías. Preposión LIII («Ética», en la edición anotada por Gabriel Albiac para Tecnos): «Cuando el alma se considera a sí misma y considera su potencia de obrar, se alegra...». No se esconde en una trichera.