Nueva York
«Carla vente conmigo»
¿Cómo se escribe Azzedine Alaïa? ¿Los zapatos son de Louis Vuitton? ¿O de Christian Louboutin? Las preguntas ayer entre los periodistas acreditados no iban sobre acuerdos bilaterales, qué va, sino acerca del vestuario elegido por Carla Bruni-Sarkozy, primera dama francesa, para su esperada visita a nuestro país. Poco acostumbrados a preocuparse por asuntos de pasarela, desde primera hora de la mañana sólo tenían tinta en los bolígrafos y hojas en las libretas para anotar nombres de alta costura y lujosa joyería, Chaumet para más señas, la misma que en su día fue proveedora oficial de Napoleón Bonaparte. Nada menos.Y sí, efectivamente, Carla Bruni aterrizó en España con un vestido negro del diseñador francés de origen turco Azzedine Alaïa, y lo lució combinado con una camisa de algodón fruncida a modo de bolero. De manga francesa, cómo no. Un conjunto sencillo –«demasiado soso», según decían a pie de calle– que remató con unos zapatos negros de tacón bajo de Christian Louboutin, los más fáciles de reconocer por su suela roja: son los favoritos de las estrellas de Hollywood. Sin embargo, después de la llegada a la T4 y la recepción en el Palacio del Pardo, aún faltaba la prueba de fuego más esperada por los fotógrafos: el encuentro con la Princesa de Asturias en La Zarzuela. Algo imaginábamos ya después de ver cómo del avión oficial del matrimonio Sarkozy bajaban un carro repleto de portatrajes con nombres de rutilantes firmas francesas. Incluso las apuestas daban por seguro que Bruni descendería del coche –un Cadillac antiguo e impresionante en vez del Mercedes elegido a primera hora– enfundada en un Dior. Y así fue. Un impecable vestido de cóctel en color azul tinta –azul noche, azul pavo... cada cual añadía una coletilla para no errar el tiro– con escote cuadrado y largo a la rodilla confirmó las predicciones. De nuevo, la ex modelo confiaba en la aguja experta de John Galliano para la «maison» francesa. Y de nuevo también, se calzaba un par de Louboutin. La Princesa repitióMenos acertados estuvimos con la convicción de que Doña Letizia estrenaría atuendo, ya que, fiel a su costumbre en los últimos tiempos, repitió un modelo que habíamos visto ya en la inauguración del pasado Arco y en su reciente viaje a Nueva York: un vestido tableado de Felipe Varela en color berenjena que combinó con tacones de vértigo y punta redonda de Magrit. Diez centímetros aproximadamente frente a los tres o cuatro que medían los Louboutin de Bruni pusieron a ambas casi al ras. Eso, contando con que la ex modelo roza el metro ochenta de estatura y, además, camina erguida cual estatua. Impresionante, de verdad. Otro detalle: mientras los Reyes entraban al Palacio seguidos por los Príncipes de Asturias y Nicolas Sarkozy, Carla Bruni giraba una y otra vez la cabeza para saludar a los fotógrafos. Como queriendo poner el broche de oro a la pasarela. Deformación profesional, suponían algunos. Saltarse el protocolo a la torera, proclamaban otros.Aunque tanto la cantante como Sarkozy son devotos del champán, la comida ofrecida por los Reyes estuvo regada con vinos y cavas españoles, como es lógico, y consistió en huevos escalfados con sabayón de caviar, solomillo a la parrilla con salsa de mostaza, patatas, verduritas y queso y, de postre, gratinado de frutas de primavera. Sarkozy, ufanoLos periodistas también comimos fenomenal, pero en casa y corriendo porque a las cinco en punto seguía el maratón: con los Reyes como anfitriones, el matrimonio Sarkozy visitó el Museo del Prado. Llegaron cinco minutos después de la hora prevista y con amenaza de lluvia en el horizonte, pero los centenares de curiosos que se concentraron alrededor de la pinacoteca esperaron estoicos a que bajaran del coche. Esta vez, de nuevo un Mercedes. Ante los gritos de «¡Carla, guapa!», «¡Carla, vente conmigo!» y demás intentos por lograr lo imposible, Sarkozy sonreía ufano: sabe de sobra la atracción que despierta su esposa y la deja actuar. Bruni, mientras tanto, saludaba y sonreía sin parar, siempre erguida y con la lección más que aprendida. A pocos metros, la Reina conversaba con la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, que, vestida por Alma Aguilar, se encaramó a unos tacones considerables para estar a la altura. Aunque ayer era difícil conseguirlo.
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