Literatura
Con humor
El humor es un don con el que nacemos. Hay niños que llegan con la sonrisa puesta y hay que darles mucho en el culo para que berreen y abran los pulmones. Otros nacen con el puchero puesto. Claro, que no es de extrañar con lo bien que se está en la matriz de mami. Pero ese don, esa calidad genética de mirar a la vida con un toque de ironía, se puede perder a poco que los golpes nos emborronen el corazón y dejemos de confiar en los otros. El humor hay que practicarlo, como todo lo bueno. Es una actitud vital. Es un talento para dar la vuelta a las situaciones canallitas. Es un reírse de uno mismo. Pero es tan sano… tan necesario. Además, cuando se practica cotidianamente se va mecanizando. Si me pita el coche de atrás, no es que me esté increpando, es que el pobre necesita llamar la atención. Si la taquillera del cine me ladra pienso, pues no es de extrañar, con la de caretos feos que habrá visto por la ventanita. Qué se yo, a todo se le puede dar una vuelta de rosca. Los que no tienen el don natural y salen muy «dramáticos» también pueden, con más esfuerzo, desarrollar la actitud. Los años bien vividos enseñan mucho en ese sentido. Lo bueno de la edad es que aprendes a soñar con lo posible. Y disfrutas del café, de la llamada, del sol y hasta de estar vivo. Todo lo pequeño es grande y tiene su toque de humor. Porque sólo se puede vivir así, aprendiendo el amor y el humor. Sabiendo que todo lo que das es lo único que tienes. Sintiendo que la vida sólo tiene sentido si te cuidas y te quieres para cuidar y querer a los demás. Y para todo eso hay que confiar en la bondad de los desconocidos. No decir jamás eso de cómo es la gente… Salvando lo trágico, cada uno se cruza con quien quiere. Y, sobre todo, se queda con ellos. Con quien quiere.
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