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Dame más vino

La Razón
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Viernes, diez de la noche. Dos parejas sentadas en torno a una buena mesa. Cuando se acerca el sumiller, los dos machos con reminiscencias de lejanos bigotes epicúreos miden fuerzas en torno a su maestría en vinos, como quien echa un pulso en torno a su virilidad. Engorilado, gana el que pide. «Buen retropaladar» –asevera el especialista en lugares comunes–. Una de las dos mujeres, le quita la copa cansada de las trampas y usa un atajo: «Está picado»... Dicen que hay estudios acerca de que nosotras tenemos un sentido del olfato y el gusto más fino que los señores. No tengo la menor idea, pero sí sé que el vino no es privativo de unos pocos... Ni mucho menos es un circuito cerrado para ellos. Mi familia es de Toro y creo que bebí antes una copa de Cermeño que un biberón de leche. Desde luego, no recuerdo una sola celebración de mi vida sin alzar una copa de rojo-sangre. Eso debe haberles sucedido a la mayor parte de las enólogas que conozco –y no son pocas–, que ejercen una docencia educativa y no vengativa con sus clientes. Tener paladar no es un mérito, es sólo un vicio de carácter... «Dame más vino porque la vida es nada», decía Pessoa (pero mucho menos, para quienes no tienen gusto o creen que está asociado a la testosterona).