Crisis bancaria

Desconfianza

La Razón
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Creíamos que la salud de nuestro sistema financiero era buena. Tuvimos algunos sustos con la Banca que se había metido en la compra de turbios productos –tóxicos si lo prefieren– pero España era una isla en medio del temporal. Sin embargo, el caso de la Caja Castilla-La Mancha nos ha devuelto a una realidad que nos dice claramente que nadie está exento de problemas en el mundo financiero. Si bien es verdad, que este caso no tiene parangón con las quiebras de bancos europeos y norteamericanos, no es menos cierto que se abre un nuevo frente de incertidumbre que hace bueno aquello que analistas, de todas las sensibilidades, apuntaban meses atrás. El problema de la crisis no es lo que conocemos, sino lo que nos falta por conocer. La falta de liquidez sobrevenida por la masiva retirada de fondos ha llevado al Banco de España a intervenir –una vez fracasada la absorción por parte de Unicaja– para garantizar el dinero de los impositores y poner coto a los riesgos adquiridos por la dirección –ya cesada– que ponían en cuestión la supervivencia de la entidad. El Gobierno ha actuado con rapidez garantizando el normal funcionamiento de la Caja y, lo más importante, lanzando una señal de tranquilidad, que buena falta hace. No quiero ser pájaro de mal agüero, pero podemos descubrir más casos. La alegría crediticia hacía los promotores y la ralentización del mercado pone interrogantes a la recuperación de la integridad de los préstamos. No porque no se devuelvan, sino porque los precios han caído en picado. De momento, sólo se detectan en el resto de cajas altos índices de morosidad pero se mantiene la liquidez. Por eso, sorprende, con este sombrío panorama, la polémica en Caja Madrid. La obsesión de Esperanza Aguirre por el control de la cuarta caja española tiene ya una consecuencia peligrosa. La gestión está hipotecada y paralizada. Esto no es bueno para los impositores, y menos ahora. Con un presidente en entredicho y en precario, nadie manda y nadie hace nada. Así, no se prepara el futuro. La situación aconseja prudencia porque «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar».