Exploración científica

Educando al puerta

La Razón
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Supongo que hay niños que sueñan con ser porteros. A unos les gustaría ser como Iker Casillas –me siento seguro– y otros acaban como cancerberos de seguridad en el umbral de una discoteca, parando clientes como quien corta balones. El éxito de estos últimos suele ser equivalente a su mala fama. ¿Por qué los tratamos tan mal, si también son criaturas de Dios? Debemos reconocer que estamos hechos a los prejuicios y tendemos a considerarlos, como en el anuncio, homínidos prehistóricos. ¿Acaso podemos preguntarnos si los porteros tienen alma? ¿No esconderán detrás de su armazón amedrentadora y anabolizada un tierno corazón, una sensibilidad lírica, una afición a contemplar las florecillas del bosque? ¿No habrá dentro de alguno un genio capaz de descubrir la vacuna contra el cáncer o desentrañar un teorema inextricable?La Comunidad de Madrid los ha puesto a examen, tras pasadas carnicerías funestas, y ha ofrecido la imagen de un aula repleta de cabezas peladas con sus correspondientes cicatrices, estrujándose la sesera para responder un test que, si bien a algunos les puede parecer uno de esos experimentos con primates, no deja de ser un avance en la educación de la especie, sin tener que llegar a explicar la relatividad de Einstein en la masa por la aceleración al cuadrado de un mamporro, o la gravedad de Newton dejando caer a un borracho en el mar. Todo llega a dar explicación a las funciones de su existencia. Aunque sólo se han presentado 3.000 de las 140 decenas de censados, ahora podrán presumir de carnet profesional acreditado por doña Esperanza Aguirre. Que no llega a ser como el de 007, con licencia para zurrar.