Nueva York
El mal muere en la cama
El terrorista no se siente terrorista. El que asesina a una persona, a decenas, a miles, por imponer sus ideas no se siente asesino. Ésa es la cuestión. No llegamos a comprender ese núcleo oscuro que hace que una persona inflija dolor a otra porque adora a Wagner. El escritor Jonathan Littell sorprendió hace un par de años con «Las benévolas», novela en la que un oficial de las SS, el muy culto Maximilien Aue, narra con frialdad y distancia las atrocidades que cometía día a día en el avance triunfal del ejército alemán por Europa. Hubo quien consideró que detenerse en detallar tanto dolor era inhumano y literariamente de dudosa moralidad. Ahora, Littell, nacido en Nueva York, de origen judío y de adopción francesa, publica en España «Lo seco y lo húmedo» (RBA). Su objetivo vuelve a ser meterse en la cabeza de un nazi o de cualquier radical con derecho a sillón en Estrasburgo, que no son pocos según se ha comprobado en las pasadas elecciones europeas. La figura que ha utilizado como modelo es la del general Léon Degrelle, belga (jefe de la Legión de Valonia) que puso al servicio de Hitler toda su crueldad. Murió en la cama, sin arrepentimiento alguno (su refugio fue la España de Franco). Murió en paz sin que el núcleo oscuro del mal le saliese por la boca.
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