Etiopía
El Síndrome
Eso es lo que le pasa al espíritu de La Moncloa, que observa las cejas que se le han puesto a Zapatero por culpa de la crisis, y huye a toda pastilla
Tengo para mí que a Zapatero le ha atacado el fantasma monclovino. Es conocido como «Síndrome de la Moncloa», y no ha sido complaciente con ninguno de los presidentes del Gobierno de la democracia. Un espectro, un trasgo, un duende estantiguado, un alma en pena. El aparecido del Palacio de Linares, un aprendiz sin futuro. Pudiera ser el ánimo nostálgico, etíope y eritreo, de Hallie Sellasie, último emperador de Etiopía, breve como pulga y enjuto como palillo, que en La Moncloa se alojó en las agonías del anterior régimen. El «Negus» tenía aspecto de pobre de tanta hondura, que Javier Barcáiztegui y yo, paseando por el Paseo de Recoletos, y ante su endeblez mayestática, a punto estuvimos de acercarnos hasta el Rolls-Royce que Franco le había prestado para darle un duro. De lo que no cabe duda es de que en el nada acogedor Palacio de la Moncloa, hay un espíritu cabroncete que termina con los equilibrios de nuestros presidentes.Adolfo Suárez lo combatió en soledad, con valentía, escribiendo sus ensayos políticos, que algún día, si Adolfo Suárez Illana lo permite, saldrán a la luz. Leopoldo Calvo Sotelo, que lo habitó durante pocos meses, se enfrentó al fantasma de La Moncloa tocando el piano, que lo hacía con alta armonía. Ha sido el único presidente del Gobierno de España que sabía inglés, pero ese detalle, importantísimo, no le sirvió para permanecer en el poder. Felipe González, se reía del fantasma monclovino hasta que éste, indignado, le recordó que existía. Para no verlo, se refugió en un invernadero en el que guardaba su colección de bonsais, que cedió posteriormente al Jardín Botánico de Madrid. José María Aznar no fue visitado por el maligno espíritu hasta el último tramo de su segunda legislatura. Cuando se vió acosado por el fantasma, se dedicó a estudiar inglés. Y José Luis Rodríguez Zapatero, que no cree en nada, se permitió el lujo de mofarse del trasgo, y ya ha caído en sus manos. Sucede que Zapatero carece de interés por las cosas sencillas de la vida, como la escritura, el piano, los bonsáis y el inglés, y nadie sabe cómo combate la presencia impertinente del alma en pena. Lo que sí se sabe es que el alma en pena de La Moncloa, a punto está de dimitir y marcharse a otro lugar por aburrimiento. Un alma en pena no puede asustar a quien más pena causa. Eso acompleja. Me recuerda al pobre fantasma del castillo de Canterbury, inmortalizado por Oscar Wilde, que vivió aterrorizado con las bromas que le hacían los hijos de su nuevo propietario americano. Un fantasma asusta, pero si es asustado, pierde toda su dignidad. Y eso es lo que le pasa al espíritu de La Moncloa, que observa las cejas que se le han puesto a Zapatero por culpa de la crisis, y huye a toda pastilla por los pasillos monclovinos. Y cuando está huyendo a toda pastilla, se topa de golpe con María Teresa Fernández de la Vega, y al fantasma le sobreviene un episodio vascular, que así está la pobre, que ni le hacen caso los conejitos de «Bambi». Zapatero puede presumir de haber acabado con el fantasma de La Moncloa. Para fantasma él, habrá dicho el ídem. En el Congreso está más solo que «Cachuli», y ha perdido la consistencia en los hombros de las personas seguras. Sabe que va hacia el abismo. Lo malo es que está deseando invitarnos a todos los españoles a acompañarlo. Y me parece que no. Que le acompañen los que le votaron.
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