Escritores
El desahucio
Por ahorrarme un disgusto, me llevé otro. Más venial, como corresponde a un concurso de popularidad, que es en lo que se ha convertido Eurovisión. Pero con la tontería de esos atentados auditivos en forma de canciones, de ver bailarines que parecían saltimbanquis, me quité de en medio lo que más me podía hacer daño a la vista y al ánimo: ver jugar al Madrid. Al menos en directo, porque luego, el masoquismo que nunca falte, miré de reojo el resumen de la impotencia vestida de blanco. Desde lo del Barcelona, pocas veces un merengue ha tenido un regusto tan agrio. Para el Madrid el honor pasa por el reconocimiento y los títulos. Sin una cosa ni la siguiente, su mentalidad se ha diluido. «Si hay que ir, se va, pero ir por ir¿», piensan. Pues aquí están los resultados, que para esto mejor no bajarse del autobús. En desahucio como estado mental, no se caen, se tiran. Hasta el pétreo Juande, de común inalterable, se salió de sus casillas para recordar que este Madrid tiene números de campeón. Sí, pero no actitud o al menos tan frágil como para perderla en cuanto llegaron los de Guardiola para despertarles del ensimismamiento. Ahora lo único que toca es esperar a Florentino Pérez. Las especulaciones sobre los fichajes que van a venir es el único movimiento que se va a ver en este Madrid, que si corre, sólo es para huir hacía adelante. Los aficionados vuelven a ser niños y se entretienen con los cromos: que si Kaka, que si Villa, tal vez Ribéry. A los que están se les está poniendo el tono sepia de las fotografías antiguas, esas que se quedan en lo más profundo del cajón. Un recuerdo, apenas. El fútbol es así de desagradecido. Guardiola, que como jugador se fue del Barça de mala manera, lo sabe, y de ahí su disfrute prudente. Que le dure por el bien del balompié.
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