El Salvador
Funes la nueva imagen de los dinosaurios del FMLN
SAN SALVADOR- Mauricio Funes encarna muchas de las características que idolatran algunos salvadoreños, los de la izquierda, y detestan otros, los de la derecha. Señas de identidad que nacen en el trauma más profundo que arrastra este país: la guerra civil de los años 80. Funes se formó en centros católicos de jesuitas. La secundaria en el Externado San José. Después cursó Comunicación en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, el bastión de la teología de la liberación y en donde asesinaron a seis jesuitas españoles en 1989. Funes también está vinculado con el activismo político universitario. Uno de los golpes más duros que recibió fue el asesinato, en agosto de 1980, a manos de la Policía de su hermano mayor, Roberto. La última de sus características, la que le conecta con la izquierda tradicional salvadoreña, a la que ahora representa, aún a título de independiente: durante los años de la guerra civil, ejerciendo como periodista, entrevistó a los dirigentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Su vida personal no ha sido menos inquieta. Casado tres veces y divorciado dos, tiene cuatro hijos. Alejandro -cuyo fallecimiento en 2007 en Francia supuso un durísimo golpe- y Carlos, los dos mayores, fueron fruto de su primer matrimonio con Marleni Velasco. El tercero, Diego, de 17, nació de su relación con la artista Regina Cañas. El último Gabriel, de poco más de un año, que tuvo con su actual esposa, Vanda Pignato, abogada y representante del Partido de los Trabajadores brasileño en El Salvador, además de su conexión con el presidente Lula da Silva, que para la campaña le prestó al asesor de imagen Joao Santana. Sin embargo, su gran mentor es Hato Hasbún, un hombre poco dado a los fotos, pero que ejerció una influencia decisiva para centrar al candidato Funes, al que guió en su faceta de periodista. En la televisión, Funes logró afilar la capacidad de comunicación, decisiva en estas elecciones. Además, allí forjo la popularidad como un candidato aceptable para los que no confiaban en el «nucleo duro» del FMLN. A punto de cumplir los 50 años, Funes logró su sueño: ser presidente de su propio país. Pero como Barack Obama, al que declara que admira, se enfrenta a lo más difícil: confirmar que él regirá los destinos del país más allá de una agenda «revolucionaria» o, mucho peor, revanchista de los antiguos guerrilleros comunistas. Ese será, dicen aquí, el punto de inflexión que permitirá llegar al cambio que quieren los salvadoreños. Un cambio para dejar atrás los rencores de 10 años de guerra y otros 20 de transición y en el que se declaró a favor de dialogar con la oposición para establecer un programa que ponga en marcha el verdadero desarrollo de este país. Lo mismo que prometió, en alusión a la presunta influencia de Hugo Chávez en su campaña, que no permitirá «que ningún gobierno extranjero meta un dedo en nuestra nación». Si no lo consigue, habrá perdido su oportunidad de hacer un nuevo El Salvador.
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