Galicia

Gallegos

La Razón
La RazónLa Razón

Hay que felicitar al conservador Núñez Feijóo por su victoria electoral en Galicia, pero convendría advertir que se trata de un éxito relativo, un mal menor, un triunfo por eliminación. Dado el estado de ánimo de los gallegos y su circunstancial escepticismo, cabe pensar que la del candidato del PP ha sido en cierto modo la derrota menos abultada. Se dirá que el pueblo le ha dado su confianza para que saque adelante un proyecto. Personalmente, no creo que eso sea así. Una insoportable sucesión de escarmientos han convertido a los gallegos en un pueblo capaz de dejar abiertas las puertas de casa para que los ladrones se lleven el botín sin destrozar las cerraduras. En cierto modo, la democracia es la única cacicada que de vez en cuando se pueden permitir en Galicia los ciudadanos, que no eligen a su presidente pensando en que pueda ser eficaz, sino en tenerlo lo bastante ocupado en una cosa como para que no pueda equivocarse en otra. Alguien ha dicho de Núñez Feijóo que es un hombre frío, distante e impasible, todo lo contrario de un líder carismático. Yo no creo que su frialdad vaya más allá de su encerada fotogenia de exvoto y pienso más bien que se trata de un hombre cauteloso y reflexivo, acaso tímido, o prudente, dotado de esa infinita paciencia que tienen los gallegos -Rajoy, sin ir más lejos- para sentarse en la puerta de casa a esperar que acabe de pasar la carretera. La de la paciencia es siempre una gran cualidad, como se demuestra en una tierra, Galicia, en la que incluso el ayuno tiene sobremesa. Un amigo mío del interior de Lugo me dijo en una ocasión que en su comarca la muerte de un hombre no se consideraba consumada mientras no estuviesen fríos el testamento, el enterrador y la viuda.