Historia
Gastronomía afrodisíaca II por Marina Castaño
La semana pasada hablaba en esta misma columna de algunos alimentos con efectos afrodisíacos, según la literatura, la historia o la religión. El apio, por ejemplo, es hoy día en Bélgica un alimento con connotaciones de estimulante sexual, quizá por la vasodilatación que produce. El espárrago es, según Plinio, muy bueno para el estómago, digestivo y afrodisíaco, y Luis XV los hacía comer a su favorita, la marquesa de Pompadour. La langosta, el bogavante y las cigalas han sido citados desde la antigüedad griega, y es que su acción estimulante se debe a sus cualidades nutritivas. El pulpo hizo decir a Diocles, poeta ateniense del siglo V antes de Cristo: «Los moluscos en general excitan el placer y despiertan el deseo, y el pulpo, en especial, más que ninguno». La patata fue tomada como un poderoso afrodisíaco, tal como puede apreciarse en las alusiones que se hacen en obras teatrales del tiempo de Isabel I de Inglaterra. La breca, según Xenócrates, incita al placer provocando erecciones si se bebe el vino en el que se ha guisado, y la becada, según recetarios antiguos seguidos por la citada marquesa de Pompadour, predispone a los placeres de Venus. De entre los pescados se destacan la corvina, sobre todo por su cabeza, que fue ofrecida a Glauco, deidad marina de los romanos, para reforzar su potencia, y la dorada, que estaba dedicada a la diosa Afrodita y se tomaba en las fiestas de la diosa con la esperanza de favorecer la potencia sexual.
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