Belgrado
González
Felipe González ha llamado públicamente «imbécil» a Rajoy. El máximo responsable de los años más indecentes de la democracia española, los años de los crímenes de Estado, de los pelotazos, de las financiaciones chantajistas, del desmoronamiento de la ética, de los líos, los mejunjes y los cambalaches, de la descomposición del tesoro público y el triunfo del despilfarro y el nepotismo a ultranza; el parlanchín de feria, el vendedor de aire, el voceador de la nada, el perseguidor de Montesquieu, Felipe el de las mercedes que Anson así lo llamaba, el que llegara con el apoyo entusiasta de millones de españoles y al cabo de catorce años se fuera con el rabo entre las piernas, dejando un Estado en bancarrota, en sospecha internacional y con un nutrido grupo de sus máximos representantes institucionales entre rejas. Y este señor se calienta en un mitin, y le llama «imbécil» y «vago» al candidato del Partido Popular. Se suma pues, a la abyecta campaña de los artistas untados, de los devoradores del pesebre, de «La Cultura», como dice pomposamente el incultísimo candidato del PSOE que reduce el mundo de la «Cultura» a dos cantantes y a un astronauta que ya ha desmentido su pertenencia al PSOE y manifestado su hartura por la perversa y continua utilización de su nombre y de su prestigio. Un ex-Presidente del Gobierno de España –y más ahora, que representa y va a emparentar con una de las mayores fortunas del mundo–, tiene que demostrar más medida, prudencia, cautela, moderación y buena educación que las que enseña. Imbecilidad significa debilidad, y para mí que no hay relieve más débil y desfigurado en la política española actual que el de Felipe González, el que pasara los últimos meses de su alta responsabilidad política abrumado en La Moncloa, escondido de los suyos, ilocalizable para todos y tan sólo entregado al cuidado y mimo de una rica y cursilísima colección de bonsáis, que hay que ser cursi para coleccionar bonsáis, manda narices.
No me cabe en la cabeza que Felipe González se haya convertido en un faltón de discoteca. En el «Aranzadi» están ya recopiladas las sentencias. Débil es el que insulta abusando de la educación y el sentido de la medida del insultado. Sólo por los pelos, y gracias a la inconcebible lealtad de algunos de los suyos, este hombre que va por ahí llamando «imbécil» a quien no piensa como él, se salvó de ser procesado por crímenes de Estado. Su amigo Garzón, cuando se sintió engañado, hizo lo posible para conseguirlo. ¡Qué fácil ponerse a su altura y contestar sus insultos como merece! Con datos, con sentencias, con evidencias irrefutables. El problema es que González es pasado, y sólo los socialistas hacen del pasado argumento electoral. Iraq, dicen. ¿Y quién apoyó el bombardeo de Belgrado? ¿Quién era el Secretario General de la OTAN cuando Yugoslavia fue masacrada? ¿La foto del niño rubio muerto en un bombardeo es menos grave que la del niño iraquí? Lamento escribir en este tono, porque, a pesar de todo, no siento por González ni un ápice de animadversión personal, que otra cosa es el muy bajo concepto que me merece como político, sobre todo en su fase final. González está obligado a apoyar a los suyos sin perder jamás las formas. Eso no lo hace un político de altura. Lo protagoniza, simple y llanamente, un grosero.
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