Escritores
Hincha total
olaaaa. Soy la tía que va a hablar mal de los suyos. Aquí. Al fondo. Ehhhh. Justo. Ahí. Sí. Esa petarda. Esa que da saltitos para que se la vea. Satamente. Ahí, sí. Qué pudor me da.
Voy a hablar de una parte de la afición del Atleti. De una parte sólo. De esa que el jueves se tomó siete cachis antes del partido y nos dio la noche. De esa que va a pegarle cinco leches al tipo que pasa por ahí, y que, sin quererlo, se ha buscado un problema, porque me da la gana, y soy el más forofo del mundo y, oiga, a mí, no me tose un escocés con falda. A mí, no.
Yo suelo ir antes de los partidos a un bar que está cerca del Calderón. Allí me tomo veintidós botellines y me meto moral por un tubo. Porque cuando salgo de mi casa, como que me falta algo. Voy mirando mal al resto. Son unos cagaos. Una mierda. Esta gente ni se pega ni nada. Con nadie. Es esa gente que ve a Guti por televisión y ni maldice, ni se enfada, e incluso se contiene. Porque lleva al niño al fútbol y cree que, con el niño, hay que cortarse. Y como lleva al niño al fútbol, pues no quiere que oiga tacos, ni que vea malos rollos, ni que crea que le has explicado mal esto. Pero yo no tengo críos. Y si los tengo, se los dejo a la mujer. Para que aprendan. Voy al Calderón, pero podría ir a cualquier sitio. Me aburro.
Así que me pongo hasta las cachas y me acerco a cualquiera que lleve una bufanda visitante, y le intimido, y me vuelvo al bloque como dios. Le he mirado a los ojos y le he dicho que le voy a matar. Toma. Ya está. Se lo he dicho, y lo haría.
Lo que ocurre es que a ese campo van padres. Con niños. Y les cuentan milongas sobre lo bonito que es recibir a las aficiones contrarias y que se vayan de rositas. Y les cuentan que hay un señor con asma en el fondo norte que ya no puede subir las escaleras pero que paga el abono. Yo soy el más atlético. Y al que me diga que no, me lo cargo. (Me borro, que me da mucha vergüenza).
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