Honduras

Honduras tan cerca del corazón

La Razón
La RazónLa Razón

Desde hace décadas, he tenido una relación muy especial con Honduras. La conocí cuando intentaba resistir los planes de los sandinistas empeñados en extender el comunismo por toda Centroamérica. Luego he regresado en multitud de ocasiones para tratar con las autoridades la promulgación de una ley de objeción de conciencia, para dar conferencias; o incluso porque me ofrecieron establecer y dirigir en esta nación una facultad de Teología. En Honduras, viven algunos de mis mejores amigos como Mario Fumero que ha sacado a millares de chavales de las calles librándolos de la delincuencia o de las drogas o Juan Cruz que no deja de invitarme a regresar. Quizá por eso me afecta de manera especial lo que sucede en Honduras, especialmente cuando algunos pontifican sin saber. Vayamos por partes. La Constitución de Honduras establece taxativamente el límite de cuatro años para los presidentes y además prohíbe su reforma para alterarlo. Sin embargo, el presidente Zelaya, siguiendo la estrategia de Chávez o Morales, buscó la ruptura constitucional desde dentro pretendiendo una reforma constitucional ilegal en esa dirección en lo que era un golpe –de izquierdas eso sí– contra las instituciones democráticas. Las intenciones de Zelaya no se le escaparon a nadie y por eso se opusieron a ellas el Congreso, la Corte Suprema, el Consejo Nacional Electoral, la Procuraduría General, el fiscal general del Estado, los obispos católicos hondureños y las iglesias evangélicas. Ante esa situación, el 28 de junio, la Corte suprema ordenó que el ejército, acompañado de fiscales, en defensa del «imperio de la constitución», detuviera el referéndum ilegal de Zelaya. Éste, siguiendo la cartilla de Chávez, movilizó a los suyos, que entraron en las dependencias donde se custodiaban las papeletas requisadas, llevándoselas, a la vez que comenzaba a organizar unas milicias callejeras. Ante esa situación, el legislativo hondureño destituyó al presidente por «reiteradas violaciones» de la Constitución y el ejército, obedeciendo las órdenes de las instituciones democráticas, procedió a expulsar a Zelaya de Honduras. Era un paso que evitaba procesar y condenar a Zelaya, pero que sirvió para que el depuesto presidente se refugiara en Nicaragua y obtuviera el respaldo de dictadores como Castro, Morales o Chávez o del mismo ZP. Al cabo de unas horas, la Asamblea General de la ONU, que mayoritariamente representa a dictaduras, también manifestó su apoyo a Zelaya. Sólo a mitad de esta semana, una parte de la prensa –que se empeñó en calificar de golpistas a los que obedecían la ley contra un golpista– empezó a enterarse de lo que sucedía y a cambiar sus juicios. Para entonces no eran pocos los que habían hecho el ridículo como Moratinos llamando a consultas a nuestro embajador o viendo paralelos entre la acción de las instituciones hondureñas y los cuartelazos de los setenta del siglo pasado. Honduras en estos momentos está en el punto de mira de las tiranías iberoamericanas. Por eso, la misión de cualquier amante de la libertad está al lado de sus instituciones, de impedir que Chávez provoque un baño de sangre respaldando a Zelaya y de permitir que se celebren las próximas elecciones de noviembre para que el pueblo hable. Son unas elecciones a las que Zelaya no puede presentarse legalmente y en las que, si fueran limpias, casi nadie lo votaría. Lo demás es no saber de qué va la vaina.