Israel
I Samuel
Recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo lo reticente que se mostró mi padre cuando con cinco o seis años le pedí permiso para leer la Biblia. Los libros en casa estaban sometidos -siguieron así bastantes años- a un riguroso sistema de censura y mi padre se lo pensó mucho antes de permitir que me acercara a un texto que rezumaba pasiones de todo tipo sin excluir, todo lo contrario, las de carácter sexual. Si no me falla la memoria, mi madre le acabó convenciendo de que me dejara leerla porque, a fin de cuentas, lo que entendiera me vendría bien y lo que no entendiera -como ese tipo peliagudo de escenas- difícilmente iba a causarme daño alguno. Fue así como me encontré con aquel grueso volumen de color granate en las manos y como me adentré en los relatos recogidos en el Primer Libro de Samuel. He regresado millares de veces a esas páginas desde entonces y creo que no resulta tarea fácil hallar algo semejante en cuanto a imparcial y minuciosa descripción del paso del ser humano por este mundo. En «I Samuel», aparece el sufrimiento de la madre estéril (Ana), la corrupción de los hijos apoyada por los padres (Elí), el comportamiento estúpido de un pueblo que no se percata de que los políticos van a crear una estructura que los sangrara económicamente, el deterioro mental de un déspota que se sabe condenado y se hunde en la depresión (Saúl), la inocencia del recién llegado a la política que está a punto incluso de ser asesinado (David), las intrigas propias del gobierno, la voluntad de resistencia de Israel y, entre líneas, a veces, bien expresa, otras, la fe en Dios como motor de la existencia que permite sobrevivir a traiciones, a exilios y a ingratitudes. «I Samuel» es un libro que describe la vida de una diminuta nación mediterránea unos mil años antes de nuestra era y, sin embargo, en ocasiones parece que se limita a contarnos lo que refiere la prensa del día. Y es que, como decía Menéndez Pidal, la Historia no se repite, pero la naturaleza humana es siempre la misma.
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