Valencia
La lírica de la transgresión
icente Gallego (Valencia, 1963) se ha consolidado en los últimos años y con tres básicos poemarios –«La luz, de otra manera» (1988), «Santa deriva» (2002) y «Cantar de ciego» (2005)– como un poeta riguroso, de impecable factura formal, con una acentuada voluntad renovadora en sus temas y obsesiones, y un dominio certero de la comunicación emotiva y el lirismo transgresor.
Imprimiendo en cada nuevo libro el sello personal de una meditada poética, nos encontramos con una escritura de estudiada sencillez, traspasada de un intimismo coloquial y abocada a la complicidad –nada complaciente– con un lector entregado y seguidor ya de su coherente trayectoria. La instantaneidad de lo fugaz, el simbolismo de lo cotidiano, la huella de la temporalidad y una rara percepción de lo misteriosamente desconocido conforman una lírica que ha elaborado el valor de la experiencia, sublimado la excluyente fuerza de lo individual.
Desinhibición
Su reciente entrega, «Si temierais morir», abunda en un formalismo clásico tratado con la desinhibición de quien recrea admirativamente unos modelos estéticos, fija los márgenes actuales de unos temas eternos y reflexiona sobre otros más originales, y avanza un maduro tono de balance generacional, de reconsideración íntima, algo autocrítica. Poemas de corte unamuniano como «Padre», alternan con la meditación retrospectiva de «Por saber», y fluyen entre la mirada optimista de «Madre tierra», el desconcierto enajenado de «Esta es la locura», el poder de la sentimental cercanía táctil en «Dedos largos», la relativa fuerza de la razón en «Cabeza», la búsqueda del equilibrio en «Confianza», el sentido esperanzado de cuanto muere en «Maitines», el divertimento amoroso de «Muy corto me has atado» o la extrema belleza de la sencillez de «En la semilla», entre otros textos de expresión pautada y tranquila, que no esconden el desasosiego de una lírica de la meditación, gestada en una ilusionada visión del desencanto, por aparentemente contradictorio que pueda parecer.
En el poema que da título al libro se lee lo que equivaldría a una declaración programática de asumidos principios estéticos, en el marco de una indagación intimista y radiográfica: «La fe tejió una esfera, / se apagaba; / rodó sus blancas aspas / y allá adentro, / en lo negro clavado, / se me dijo quiénes somos.
Poesía de la esencia y de la experiencia, de la meditación ética y de su reflejo artístico, de la participación colectiva en un análisis interior, de la sencillez expresiva conseguida con una oculta y compleja elaboración, de un logrado ritmo de austeras y calmadas cadencias. Un nuevo acierto en una trabada y sólida trayectoria.
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