Blanqueo de capitales

La nueva novia de Julián Muñoz se parece más a Zaldívar que a Pantoja

El ex alcalde inaugura un chiringuito cerca de la casa de quien fue su esposa

La nueva novia de Julián Muñoz se parece más a Zaldívar que a Pantoja
La nueva novia de Julián Muñoz se parece más a Zaldívar que a Pantojalarazon

Había una vez un circo. Y, aunque Marbella pasa del ex alcalde y de su relación con Isabel Pantoja, sorprenden ciertas coincidencias. Parece más que una casualidad que Julián Muñoz haya montado un chiringuito con el hermano del chófer Fuski, que cobra de la Pantoja –esto ya nadie lo entiende– llevándole «las comandas». Julián necesita distraerse, pero podía tener más tacto y respeto al retomar sus posiciones laborales. Pues no: si no quieres caldo, toma dos tazas. Maite Zaldívar está a punto de atragantarse, como si no conociera las trapacerías de quien fue durante veintisiete años su pareja, compañero y cómplice. Cuando parecía que estaba curada de espantos, Julián cada mañana «hace el paseíllo» y pasa por delante de su casa con andares agitanados, marchoso y silbando lo que esté de moda. El «rendido amante»Este negocio está al lado de «El alabardero» y, de momento, sirve de «casondeo» al personal con Julián nuevamente ante la barra y realizando comentarios hirientes para esa Isabel de la que acaba de confesarse «rendido amante». Le enardece su olor y el tacto de una piel, seguramente aterciopelada, quizá porque el vello la transforma en algo piloso. Es un olor que le transtorna; al menos, de cara a realizar declaraciones. ¿A qué demonios olerá Isabel? Porque si algo despide aroma es como resultado de algo fuerte y apabullante. Me temo lo peor. A Julián sólo le falta pararse en casa de su ex, Maite, a tomar manteca colorá, no será por ganas. De momento anda por Madrid, más bien en San Martín de Valdeiglesias, bajo el techo de su hermana, al enfrentarse a juicios con Miguel Temprano y María Patiño. No tienta la puerta de Isabel, aunque ella se mantenga en la distancia que da el Atlántico de por medio. Lo sorprendente es que Julián ha pintado «su cosa», así definen el chiringo, en el mismo azul cielo que Maite remozó su chalet, que ya lo necesitaba después de una docena de años. Nueva casualidad. Les gusta lo mismo, o es que Muñoz ha aprendido de ella. Eso parece ante el caso que arranca sonrisas similares a las provocadas por ciertas expresiones de Julián: «Si Maite estuviera en la cocina y conmigo al frente este local sería la leche», dice. La añora, al menos como buena cocinera. No se le resiste un plato, aunque esta aproximación de su ex le resulte tan estomagante como las oscilaciones que como abuelo tiene para sus nietos: no los ve desde hace veinte días y a sus dos hijas sólo las llama si flojea con la folclórica. Se acerca si se ve desvalido, enfadado o distante de una Isabel que lo tiene –o más bien tenía– como un pelele manejable. En cuanto a su nueva relación con una cuarentona ganadera de Jimena, existe. Se encuentran en la casa de unos amigos, situada en la entrada de Málaga, en Churriana, al lado de la Escuela de Hostelería. Allí retozan y la moza recuerda físicamente más a Maite que las negruras físicas de Isabel.