África

Berlín

La perdición de Rommel: el rostro oculto del «nazi bueno»

De los generales de Hitler, sólo el líder del Afrika Korps ha pasado a la historia con la reputación intacta. Sin embargo, su imagen caballerosa oculta una biografía mucho más turbia. Así lo revela un nuevo ensayo sobre el Ejército nazi.

El general alemán, en primera línea a la derecha, camina por el Sahara junto a un grupo de oficiales
El general alemán, en primera línea a la derecha, camina por el Sahara junto a un grupo de oficialeslarazon

La guerra del desierto dio pie a otro mito inmortal: el de Erwin Rommel, 60 años después, todavía una de las estrellas de la Segunda Guerra Mundial. Se han escrito innumerables biografías del «zorro del desierto», se han rodado más películas sobre él que sobre todos los otros generales alemanes juntos, y es indudable que para aquellos que crecieron en una determinada generación su fisonomía quedará siempre vinculada a la del actor británico James Mason. Cualquier estudioso de la guerra conoce el mito de Rommel, un soldado brillante y totalmente apolítico; no era nazi, y libró un combate limpio en el desierto, ganándose la bien merecida reputación como uno de los más grandes comandantes de la historia; tras darse cuenta demasiado tarde de la naturaleza diabólica del régimen al que servía, tomó parte activa en el complot para asesinar al Führer, fue descubierto y se suicidó a cambio de la promesa de que no se hiciera daño a su familia.

Gafas de diseñoDe hecho, ni una sola de estas afirmaciones es del todo cierta. Rommel no era de ningún modo apolítico; toda su carrera se fundamentó en el favor de Hitler, y su actitud hacia el Führer, sin temor a equivocarnos, podía ser descrita como de adoración. Era, con mucho, el rubio favorito de Hitler, un joven oficial que fue ascendido en repetidas ocasiones en detrimento de otros candidatos más veteranos (y en ocasiones más merecedores del ascenso) gracias a la intervención de Hitler. Sus hazañas al mando del Afrika Korps fueron emocionantes, qué duda cabe, aunque muchos buenos analistas hoy en día creen que, en el fondo, representó una función secundaria colateral sin ningún valor. Sin duda, su desinterés por la temible ciencia de la logística, su pasión por la acción y su tendencia a precipitarse allá donde se libraran los combates más ardorosos son buenos elementos para una excelente película, pero características desastrosas en un comandante militar que combate en las condiciones modernas, y todas ellas contribuyeron a su fracaso último en el desierto.Aun así, Rommel sigue fascinándonos, sin duda por la modernidad que emana de su personaje. Todo lo referente a él, su físico tosco y atractivo, sus poses, incluso sus gafas de diseño, le imprimen el sello de alguien a quien podemos reconocer por instinto:la creación de los medios de comunicación. La propaganda nazi lo describía no sólo como un héroe sino también como un ario y nacionalsocialista modelo, un hombre que podía superar materialmente a enemigos más poderosos mediante la pura fuerza de la voluntad. Rommel no se limitó a ser un observador pasivo de la creación de su propio mito, sino que fue un cómplice activo. Nada le gustaba más que tener un equipo de cámaras junto a él mientras estaba en campaña, y solía ordenar que se volvieran a filmar escenas si su postura no había quedado lo bastante heroica o si la iluminación no le había mostrado en su aspecto más favorecido. Igual que ocurre con muchas personas en su posición, sus relaciones con los medios de comunicación fueron tanto egoístas como, a pesar de las apariencias, autodestructivas. Durante los años de victoria, la maquinaria propagandística alemana lo utilizó como un ejemplo para la nación. Cuando las cosas se torcieron, lo convirtieron en una diversión estratégica para desviar la atención de las noticias cada vez peores en otros frentes más importantes y, por último, cuando ya no parecía tener ninguna utilidad, el régimen le abandonó por completo y acabó por matarlo[...].Rommel llegó a África llevando consigo un arte de la guerra totalmente desarrollado y asimilado. Se trataba del mismo soldado que se había ganado una «Pour le Mérite» en reconocimiento a una serie de emocionantísimas hazañas en la montaña en el curso de la campaña de Caporetto de 1917, y que había mandado a la séptima División Panzer en la Operación Caso Amarillo. Durante la campaña francesa, la actuación de Rommel se pareció más a la de un húsar desbocado del siglo XVIII en una misión de asalto que a la de un comandante de división tradicional[...].

A la caza de una presaRommel en África se parecería mucho a Rommel en Francia: el húsar en busca de presa. Sus órdenes, de Hitler, del Estado Mayor y de su teórico superior, el general Italo Gariboldi, el comandante del norte de África, eran unánimes y explícitas: hasta que no tuviera un ejército significativo bajo su mando, no debía buscar ni intentar ninguna acción decisiva contra los británicos. Su ejército debería limitarse a funcionar como un «Sperrband», una barrera que reforzara a los italianos y les impidiera retirarse hasta Trípoli sin presentar combate,una petición razonable. El ejército inicial de Rommel era minúsculo, poco más que un batallón de reconocimiento y un destacamento antitanques de la quinta División Ligera. El resto de la división todavía estaba en camino, y la decimoquinta División Panzer no llegaría hasta finales de mayo. Esta campaña no había sido objeto de ninguna planificación previa, puesto que antes de 1939 apenas ninguno de los miembros del Estado Mayor alemán hubiera imaginado una guerra importante fuera de Europa [...].Pese a todo lo anterior, Rommel llegó a África a la caza de una oportunidad de lanzar un ataque. En el desierto, el momento era crítico. Después de la notoria victoria de los británicos sobre el ejército italiano en Beda Fomm en el mes de febrero, el general Richard O'Connor habría podido expulsar por completo a los italianos de Trípoli, pero, en lugar de ello, lo cancelaron: Londres le retiró sus mejores unidades y las envió a Grecia.

Viaje a ninguna parteEl mando británico de Oriente Medio desmanteló el XIII Cuerpo de O'Connor y lo sustituyó por un mando estático de Cirenaica bajo las órdenes del general Sir Philip Neame. A O'Connor, uno de los pocos comandantes de puesto cuya valía había quedado bien demostrada, le ascendieron a un puesto administrativo, comandante de las tropas británicas en Egipto. La unidad con mayor experiencia en el desierto, la séptima División Acorazada, regresó a Egipto, donde fue desperdigada por todo el país en diferentes misiones y sustituida en la línea británica en el Agheila por la inexperta segunda División Acorazada. Una de las brigadas de la división estaba armada con bastantes tanques capturados a los italianos, los M13/40, cuyos resultados en la campaña, hasta el momento, no podían de ningún modo haber alentado la confianza de los británicos, pero, al menos, desde un punto de vista mecánico, sus robustos motores Fiat hacían de ellos máquinas más fiables que el Crusader británico.Rommel era un general agresivo y combativo. Se enfrentaba a tropas verdes, a un comandante verde y a un mando estático. Él tenía sus órdenes, aunque ya había ignorado las órdenes en el pasado y le habían condecoradopor ello. Tras establecer contacto con sus socios italianos (la división acorazada Ariete y las divisiones de infantería del X Cuerpo, Bolonia y Pavía) y realizar él mismo una rudimentaria misión de reconocimiento, decidió golpear el 24 de marzo[...].Las distancias recorridas excedían con mucho a las condiciones europeas con las que estaba familiarizado Rommel. Al llegar el 11 de abril, había cubierto más de 950 kilómetros en menos de dos semanas. Sin embargo, ¿950 kilómetros hacia dónde? Rommel se había precipitado de un gran salto hacia la frontera egipcia y ahora tenía una fortaleza no conquistada en su retaguardia, una grave amenaza a sus líneas de comunicación y aprovisionamiento. Todos sus intentos de tomar Tobruk al asalto fracasaron. En la batalla de Pascua (entre el 10 y el 14 de abril) y en la batalla del Saliente (entre el 30 de abril y el 4 de mayo), los defensores de la novena División australiana opusieron una tenaz resistencia y aguantaron a pie firme. Los campos de minas canalizaron el ataque alemán al mismo tiempo que el fuego directo de la artillería, de los cañones antitanque y de los tanques de apoyo dejaron bastante dañada a la fuerza de asalto y mataron al general Heinrich von Prittwitz, el comandante de la décimoquinta División Panzer. Igual que todos los grandes generales germanos del pasado, Rommel sobresalía en la guerra de movimiento, pero en una Stellungskrieg de desgaste como ésta, cualquier comandante parecía un simple mortal [...].Tobruk no sólo se resistió a ser conquistada, sino que, además, su propia presencia convirtió en inútil la ofensiva de Rommel a través del desierto; por otra parte, y pese a toda la fama que le dio a Rommel fuera de Alemania, es indudable que esta primera campaña no le consiguió demasiados amigos en el escalafón de mando en Berlín. Había demostrado ser un maestro del espacio y del tiempo, capaz de llevar sus tanques a toda velocidad adonde él quisiera y de generar una enorme excitación, y titulares, en Alemania. Más allá de eso, ¿qué había conseguido? A finales de abril, el general Halder envió al norte de África a su intendente general, el general Friedrich Paulus, con una misión: reu-nirse con Rommel, quien, al parecer, «había perdido el juicio», e intentar convencerle de que regresara a la sensatez.

Robert M. CITINO

FICHA- Título: «La muerte de laWehrmacht».- Autor: Robert M. Citino.- Edita: Crítica.- Publicación: 28 de mayo.- Sinopsis: En el verano del año 1942, la Alemania nazi parecía estar a punto de conseguir sus objetivos militares. En el mes de noviembre, sin embargo, los desastres de El Alamein y de Stalingrado iban a cambiar el curso de la guerra. Según Robert M. Citino, no se trataba tan sólo de dos derrotas: «Lo que sucedió fue el fin de todo un modo de hacer la guerra, que databa de siglos». Así, este libro ofrece las claves para entender las causas de la derrota alemana.