Literatura
Lengua sin saliva
La prosperidad de los norteamericanos se debe a la necesidad de redondear con hechos las carencias de su idioma
Si uno se aficiona a la lengua castellana, enseguida comprende que se trata de un idioma muy rico en vocabulario, una lengua flexible y llena de matices que si se emplea bien, puede desembocar en una novela ejemplar, en una agradable mentira o en una sobremesa inolvidable. Cuando uno empieza una frase puede ocurrirle que la cautivadora magia del idioma le impida finalizarla a tiempo de que resulte tan efectiva como podría serlo en el caso de que la escribiese en inglés, que parece un idioma pensado para abaratar los telegramas. Un tipo me dijo hace años en el Savoy que la prosperidad del pueblo norteamericano se debía probablemente a la imperiosa necesidad de redondear con hechos las carencias expresivas de su idioma. Lo cierto es que los norteamericanos concluyeron sus grandes guerras con memorables hallazgos tecnológicos, mientras que a los españoles sus luchas sólo les sirvieron para mejorar sus frases. Creo que fue el columnista Chester Newman quien escribió que la triste paradoja de los pueblos de habla hispana es que su maravilloso idioma les permite explicar con todo lujo de detalles las cosas que su poco sentido práctico les haya impedido hacer. Aunque parezca exagerada, no deja de ser expresiva su idea de que «en la lengua castellana incluso las matemáticas son susceptibles de errores ortográficos». En los mejores relatos de Hemingway la descripción de los hechos va implícita en el contenido de los diálogos, escritos, por cierto, con un laconismo que hace innecesaria la saliva. Nada en sus textos resulta reiterativo o innecesario y la acción avanza a lomos de esas frases felinas, certeras e incontestables que parecen escritas con un lápiz de ojos en los párpados de un boxeador sonado. Dice Newman que esa trepidante precisión casi criminal de Hemingway es la consecuencia natural de haber escrito sus relatos en inglés y que el problema de sus colegas castellanos escrita en que la riqueza de su idioma les arrastra a escribir homilías. No se puede decir que un idioma sea literariamente más adecuado que otro, aunque el expresivo laconismo de los textos escritos en inglés parece adaptarse mejor a estos tiempos apurados en los que de la vida de un hombre dice menos su autopsia que su mapa de carreteras. Según Newman, «no se puede describir la pasión con una frase más larga que el beso al que sustituye».
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