Galicia

No se muerda la lengua

La Razón
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De no haber sido por el estrépito electoral, la iniciativa política más interesante del año no habría pasado desapercibida, sepultada entre toneladas de escombros verbales. El caso es que el presidente gallego ha puesto en marcha un proyecto que, por su sencillez y lógica aplastante, recuerda al huevo de Colón. Harto, seguramente, de la gresca lingüística artificialmente llevada a las escuelas de Galicia, Núñez Feijóo ha acudido a la fórmula más democrática posible: preguntar a los padres en qué idioma desean que se eduque a sus hijos. Después de treinta años de querellas, imposiciones y caza de brujas a cuenta del gallego, el vascuence y el catalán, a ningún Gobierno se le había ocurrido algo tan simple y natural como este trámite burocrático destinado a satisfacer a todo el mundo. ¿O sí? ¿No será que los nacionalistas han rehuido, precisamente, la consulta popular no fuera que los ciudadanos les desposeyeran del control de la lengua que se han arrogado? Como una casta sagrada, los nacionalistas se la han apropiado y la gestionan como una propiedad ideológica, no como un derecho consustancial de las personas. A los padres de alumnos, a los comerciantes, a los medios de comunicación, al ciudadano, en suma, se les ha expropiado el idioma y se les tasa su uso público con decenas de normas, amenazas e inquisiciones. Más que en la herramienta de comunicación, los nacionalistas lo han convertido en el carné de la secta. No lo quieren para que la gente se entienda, sino para que sólo se les entienda a ellos. Pero tal vez se esté aún a tiempo de rectificar. Basta con aplicar la fórmula de Núñez Feijóo allí donde hay dos idiomas oficiales. ¿Se atreverá a secundarla la Generalitat o es demasiado arriesgada para la casta que administra vidas, haciendas y hasta los malos pensamientos con el diccionario? Es difícil imaginar una experiencia más estimulante que una consulta limpia y democrática entre los padres catalanes. Hasta ese punto se ha encarecido el kilo de democracia.