Literatura
Periodismo
La actualidad para los periodistas es una condena, como un magma que, si te descuidas, te arrolla y te deja atrás. A pesar de ello, con quien nos peleamos los escribas no es con las noticias constantes que nos abruman y que nos obligan a escribir en fragmentos. Con quien luchamos es con el lenguaje y con nosotros mismos; con nuestras propias capacidades expresivas, representativas y panópticas.
El lenguaje es un artificio simbólico, un código, una maquinaria lógica al fin y al cabo. Es el único lugar por donde pasa todo lo que somos los seres humanos. La única herramienta de transmisión un poco efectiva. El único lugar, aparte de la cama, donde existe una posibilidad leve pero segura de compartir inconscientes siempre individuales. El único terreno de frontera e intercambio.
Ante el espectáculo puramente empírico de la vida de los hombres no valen las teorías, ni los problemas de lógica y sistema. Lo que funciona, funciona. Y eso se nota claramente en las columnas de los periódicos. Ahí no sirve que los escritores, simplemente, nos adjetiven las cosas. No basta que digan que las cosas son puras, sublimes o nefastas para explicar los tratos que puedan tener con ellas. Es cierto, eso sí, que cuando consiguen explicarnos bien esos tratos con una sola palabra, ésta es muy probable que sea un adjetivo y, en ese caso, que el autor sea un buen escritor.
¿Y por qué –se preguntarán ustedes– me ha dado a mí ahora por estas cavilaciones en un domingo tan tranquilo como éste? Pues porque se me ha ocurrido que ustedes no padecerán de las mismas preocupaciones literarias de los que habitualmente ocupamos estos papeles pero que, a lo mejor, todavía queda alguien preocupado por cómo distinguir algo importantísimo: qué es escribir bien y qué es escribir mal.
Aquello de la suerte de la fea (que la guapa tanto desea) no sirve ahora que los menos agraciados se han despertado, ahora que, quienes más de bruces se dan contra el espejo, han decidido que los refranes no valen de nada cuando el monstruo que llevas fuera consigue que la fortuna no te sonría ni con chistes.
Cuenta un experto que la discriminación empieza según naces, es decir, según llega la enfermera porque una de dos: o sale disparada o se rinde ante tanta monería. En el primer supuesto, tal reacción inaugura una vida condenada al barbarismo a no ser que te ocurra lo que al patito feo, que se convirtió en bello cisne y tal, cosa que suele pasar sólo en los cuentos. En el segundo, el peloteo de los primeros días augura una trayectoria vital repleta de éxitos nada más que por tu cara bonita. De ahí que los feos se hayan agrupado y exijan incluso una compensación en el pago de impuestos, por aquello de que ser raro de hechuras debería desgravar. Lo cual, en tiempos de crisis, da para pensar si será mejor cuanto más ogros. A ver quién es el guapo que elige.
✕
Accede a tu cuenta para comentar