Italia

San Berlusconi

La Razón
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Berlusconi desnudó ayer su mente y su corazón. Otros de sus instrumentos, menos espirituales, pero también muy sensibles, ya se habían quedado al aire antes, y no en una ocasión, ni en dos, sino en bastantes más, a tenor de las informaciones que nos han ido llegando desde Italia. Dicho en otras palabras, que a don Silvio le gustaba determinado tipo de juergas, según ha informado una de las múltiples amiguitas que han pasado por su «corazón». El todavía primer ministro italiano aprovechó la inauguración de una autopista para confesar y anunciar a bombo y platillo aquello que nunca nos hubiésemos imaginado, yo por lo menos: «No soy un santo», dijo. Sólo le faltó agregar algo así como: «En mi caso, lo del sexto mandamiento sí es un pecado y no un milagro». Hace falta tener mucho valor para hacer pública una confesión de este tipo. Sin embargo, me he quedado un poco «mosca», porque, confesarse, se ha confesado, pero del propósito de enmienda, ni una palabra, por lo que no sabemos lo que va a hacer en el futuro inmediato. Además, tampoco ha anunciado que se haya auto impuesto una penitencia: «Hasta la próxima cuaresma voy a estar a pan y agua y sin mojar», podía haber dicho, pero no, de eso, nada. Me imagino a algunos políticos españoles imitando al primer ministro italiano. Por ejemplo, hoy jueves, va Zapatero y dice algo así, después de la reunión que mantuvo anoche sobre el dialogo social: «Sí, lo confieso, no soy un buen presidente del Gobierno y, entre las medidas económicas que he tomado y las que no, estoy arruinando al país». O que Moratinos anunciase a bombo y platillo: «Sí, lo sé, me he equivocado con lo del viajecito a Gibraltar». Pero mucho me temo que ni lo uno ni lo otro va a suceder. Y si no hay confesión, primero, malamente puede existir arrepentimiento y, luego, propósito de enmienda. Y esto último sí que me preocupa y mucho.