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La Razón
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La demagogia de algunos incluso con la inmigración no tiene límite. A cualquier cosa le llaman racismo y xenofobia. Oiga, xenofobia es lo que decía el portavoz del Psóe en el Parlamento andaluz, hace unos años, cuando se le oyó en la Cámara autonómica: «Los moros, que se vayan a Marruecos». Racismo es lo que hacen algunos de los aliados de los socialistas, especialmente Erc y Pnv, por boca de sus dirigentes más rancios, Barrera y Arzallus, cuando dicen cosas como que «a este paso nos vamos a quedar sin catalanes», o «con tanta inmigración cada vez es más difícil que puedan ganar un referéndum los euskaldunes».

Es verdad que hay racistas en España. Generalmente pertenecen al nacionalismo ultra y radical, nazi o facistoide, se llame español, catalán, vasco o gallego. Pero en general los españoles no somos racistas. Y no lo es Rajoy, por mucho que Rubalcaba tergiverse sus palabras. Lo que ha declarado Rajoy sobre los inmigrantes es lo que piensa la mayoría. Lo que dijo el socialista Múgica hace unos años: que sería bueno poner orden en la inmigración, regularla y permitir la entrada y estancia en nuestro país sólo de aquellos que estén legalizados, que cuenten con un contrato que les garantice que van a vivir dignamente entre nosotros, con las mismas prestaciones educativas, asistenciales y sanitarias, pero también con los mismos deberes. Y aquí es donde viene el problema. ¿Deben tener deberes los inmigrantes? Parece lógico que sí, pero algunos entienden que es mejor dejarles a su aire, aunque a veces sus costumbres colisionen con el sistema de valores de una sociedad democrática como la española. Por ejemplo, el vasallaje de las mujeres musulmanas con relación a los hombres. El uso del pañuelo, sin ir más lejos, es fundamentalmente un símbolo de discriminación para millones chicas que son obligadas a una relación de sometimiento a sus maridos, que deben andar dos pasos por detrás de ellos por la calle, que han de taparse la cara y no pueden estudiar ni salir ni conducir por el hecho de que así lo han decidido sus esposos. Como tampoco se puede admitir la costumbre de lapidar a las adúlteras, azotar a los que van al cine o ven la tele o leen libros, cortarles la mano a los ladrones o ahorcar a los homosexuales en las grúas, como ocurre frecuentemente en el Irán de los ayatolás. Porque supongo que Zerolo no estará muy de acuerdo con este tipo de costumbres.

Bien, eso es lo que hay que regular. Rubalcaba, desde su importante Ministerio, tiene que esmerarse en procurar que tales barbaridades no se produzcan en España, en vez de acusar a los demás de racistas por pedir que los inmigrantes se adapten a nuestro sistema democrático, respeten nuestras leyes y conozcan nuestra lengua. No se trata de imponerle al inmigrante una cultura. Se trata de que alguien les diga, aunque sea Rubalcaba, que si quieren vivir con nosotros y trabajar con nosotros deben saber que en España las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y que aquí no se puede lapidar a las mujeres ni tener 40 mujeres ni tratar a las mujeres como si fueran animales. Que lo normal es que sean los inmigrantes quienes se integren, y no que debamos ser nosotros los que nos adaptemos a sus valores, en ocasiones claramente discriminatorios y poco respetuosos con los derechos humanos.