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Tenemos invitados a cenar

La Razón
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La historia podría empezar así. Primer plano: un motorista se acerca con gesto de decisión (sabe que es la misión de su vida) a la casa de en un anónimo ciudadano al que debe entregar una carta con matasellos del Ministerio del Interior. Traveling: la moto cruza veloz una avenida anodina de casas unifamiliares. Plano medio: el motorista llama a una puerta y le entrega la carta a un hombre, algo apocado, de mediana edad y estatura media. Cierra la puerta y, en el interior de la casa, lee la misiva: «Nuestro Gran Ordenador le ha elegido para que vote cuál será el próximo presidente de nuestro país. En su dedo está el destino de 42 millones de compatriotas. No nos defraude». El hombre se hunde literalmente en el sofá, muerto de miedo, pero llega a balbucear: «¿Pero por qué me ha tenido que tocar a mí?»

Como habrán reconocido, se trata de la libre adaptación de un relato deI Isaac Asimov, un visionario de la ciencia-ficción, en el que describe el sistema electoral de una sociedad futura en la que una supercomputadora es capaz de detectar al hombre que representa, al cien por cien, las características de lo que suele llamarse una «persona normal». Un ciudadano honrrado y normal que no quiere ser normalizado porque tiene montones de defectos y vicios. Ese especimen estadístico, aunque vivo, deseado por los grandes partidos para que llenen las urnas de votos depositados sin demasiada pasión y que probablemente no sepa ni quien es Philip Petit ni la Revolución Neocon. Afortunadamente.

Claro que Asimov parodiaba una futura sociedad protofascista y telegénica . Y no es el caso. Así que en vez de aspirar a una democracia perfecta y estadísticamente infalible (el CIS vela por ello), disfrutemos de la nuestra. Rajoy y Zapatero, adversarios políticos y residentes en Madrid, juntos en la televisión, al fin. Esa es la normalidad. Pero hay algo inquietante: ¿No es el plató del debate lo más parecido a la salita de estar de un platillo volante?