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Tránsfugas de la amistad

La Razón
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La amistad es el plato fuerte en el banquete de la vida. Una forma sublime de amor, hecha de respeto y complicidad. «En este mundo hay dos cosas necesarias: la salud y una persona amiga», advierte San Agustín. «No hay desierto como vivir sin amigos», apostilla Gracián, para quien la amistad multiplica los bienes y reparte los males. Claro que, para eso, hace falta no codiciar nada del amigo y desenmascarar a tiempo a los tránsfugas de la amistad. Lo explica, mejor que nadie, el doctor Enrique Rojas, en su obra Amigos, donde muestra hasta qué punto la amistad, como forma de amor, se encuentra enraizada en el alma. Está claro que los amigos son un tesoro. Pero también los enemigos. ¿O acaso no son nuestros adversarios, casi siempre, los que nos hacen más fuertes, enteros y valerosos? Los que nos obligan, con su inabarcable maldad, a trabajar duro para salvar las zancadillas que con tanta generosidad y empeño nos ponen. ¡Ah, los enemigos! Desgraciadamente, nunca se los aprecia en su justo valor. Nos obligan a ejercitar sin contemplaciones el músculo de la paciencia. Es un error desaprovechar a los enemigos. ¡Qué estupidez! Son ellos los que colocan en nuestro camino los escalones que nos ayudan a ser más canallas que ellos, en su desaforado empeño por ofender y hacer daño. Habría que saludar a cada enemigo con regocijo inagotable. Por cierto: y cuanto más agresivos e insolentes, mejor. No deberíamos subestimarlos. En una sociedad tan endurecida como ésta, un buen enemigo es tan valioso como el mejor amigo, para saber hacerse a todos y descubrir el engaño cotidiano.