Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XXXIX): Motivos de «alegría»

El escenario esperanzador sería, tras el primer leñazo, una serie de olas más pequeñas en verano que se repite en dos años

Una enfermera del HospitalLenox Health Greenwich Village de Nueva York, besa a su novio durante un homenaje a los sanitarios
Una enfermera del HospitalLenox Health Greenwich Village de Nueva York, besa a su novio durante un homenaje a los sanitariosPeter FoleyEFE

A legría por toneladas. Lo mínimo después de leer un reportaje del New York Times que describe la carrera de obstáculos, dignos de Hércules, para lograr una vacuna en 2021. Después de entrevistar a un grupo de científicos punteros los autores explican que «la vacuna probablemente no llegará pronto», «los ensayos clínicos casi nunca tienen éxito», «nunca antes hemos lanzado una vacuna de coronavirus para humanos» y «nuestro récord para desarrollar una vacuna completamente nueva es de al menos cuatro años, más tiempo del que el público o la economía pueden tolerar las órdenes de distanciamiento social».

Claro que si hubo algún momento en la historia de la humanidad para el «milagro», fruto de las inversiones masivas, el desarrollo tecnológico y científico, la cooperación internacional y la voluntad política, «es ahora». Para lograrla necesitaremos, entre otras cosas, acelerar de forma portentosa los experimentos, saltarnos fases clínicas, asumir el riesgo de que determinados prototipos, lejos de neutralizar la amenaza, la exacerben, así como empezar a diseñar y construir las (increíblemente sofisticadas) fábricas sin saber si alguna vez producirán algo y, al fin, fabricar y distribuir cientos, sino miles de millones de dosis en unos plazos supersónicos. ¿Puede lograrse? Puede.

Aunque procuren no ilusionarse demasiado. Recuerden que habrá una segunda oleada. Si sigue los patrones de la gripe española, o de la gripe aviar de 2009, será más virulenta que la primera. No necesariamente, claro: un estudio del CIDRAP, siglas en inglés del Centro para la Investigación de las Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, trata de extraer conclusiones a partir de la comparación con los virus de la gripe, de la que el mundo ha sufrido ocho pandemias desde principios del siglo XVIII, cuatro desde 1900 (1918-19, 1957, 1968 y 2009-10). Debemos considerar diferencias sustanciales, empezando por el plazo de incubación de los dos virus, 5 días de media en el caso del coronavirus por 2 para la gripe, el porcentaje de enfermos asintomáticos, muy superior en el coronavirus, y la carga vírica, que en el coronavirus y según diversos estudios de urgencia alcanzaría su pico antes de que el enfermo muestre los primeros síntomas.

Los autores también recuerdan las semejanzas: estamos ante «patógenos virales para los cuales la población mundial tiene poca o ninguna inmunidad preexistente»; «se propagan predominantemente a través de las vías respiratorias, a las que acceden, por grandes gotas, pero también existe un porcentaje importante de contagios por aerosoles»; los dos presentan «transmisión asintomática» y «son capaces de infectar a millones de personas» al moverse rápidamente por todo el mundo». Con todo esto, más las lecciones extraídas de anteriores pandemias, el equipo del CIDRAP establece tres escenarios posibles. Un primero, esperanzador, donde tras el primer leñazo llegan una serie de olas más pequeñas durante el verano, que se repiten durante 1 o 2 años, disminuyendo gradualmente su violencia.

«La aparición de estas olas puede variar geográficamente y puede depender de que existen medidas de mitigación. Dependiendo de la altura de los picos de las olas, este escenario podría requerir la reinstituir de forma episódica y relajar posteriormente las medidas de mitigación durante los próximos 1 a 2 años». Un segundo escenario, devastador, en absoluto descartable, donde la ola que sufrimos apenas sería el aperitivo del tsunami previsto para este otoño o invierno, más una o más olas posteriores, más pequeñas, atenudas, en 2021.

«Este patrón», avisan, «requerirá la reinstitución de medidas de mitigación en el otoño» y es muy similar al de la pandemia de 1918-19, con «una pequeña ola» que «comenzó en marzo de 1918 y disminuyó durante el verano meses», «un pico mucho más grande en el otoño de 1918» y un «tercer pico ocurrió durante el invierno y primavera de 1919; esa ola disminuyó en el verano de 1919». La pandemia de 1957-58 y la de 2009-10 tuvieron un comportamiento parecido. Resta el tercer escenario, de «combustión lenta», «sin un patrón de onda claro», que «puede variar algo geográficamente y verse influenciado por el grado de medidas de mitigación».

Este tercer escenario, que nunca se ha observado en las pandemias de gripe, «sigue siendo una posibilidad para COVID-19» y evitaría «la reinstitución de medidas de mitigación», aunque los casos y las muertes serán inevitables. Sea como sea el mundo debe asumir «otros 18 a 24 meses de actividad Covid-19» y la aparición de «puntos calientes» de forma periódica. Lo que no tengo claro es que los sabios de Minnesota hayan considerado que en lugar de contar con Roosevelt y De Gaulle al mando tenemos a los hijos de Lindbergh y Berlusconi.