Italia
Orgosolo, el pueblo de los bandidos en Cerdeña donde las paredes hablan
Los murales pintados por los chicos del colegio narran la historia de esta localidad de 4.200 habitantes en el centro de la isla italiana
Una vieja señal con el mapa de Cerdeña cosido a balazos da la bienvenida a Orgosolo, un pueblo de 4.200 habitantes en el centro de la isla italiana. Rodeado por las montañas del Supramonte, hasta finales de los años 90 esta localidad vivió con el estigma de la Anonima Sarda, una violenta banda criminal especializada en secuestros. Algunos crueles, como el del niño Farouk Kassam, a quien los secuestradores cortaron un trozo de su lóbulo izquierdo como prueba de vida. El pequeño fue liberado seis meses después a pocos kilómetros del pueblo gracias a la mediación de Graziano Mesina, un histórico bandido cuyo nombre está unido al de esta tierra maldita.
La primera vez que lo arrestaron tenía 14 años. Aquel día inició una larga vida criminal, casi de película, plagada de robos, secuestros, condenas y evasiones, que intentó hasta 22 veces, la mitad de ellas con éxito. En 2004 había vuelto a su pueblo después de recibir la gracia del presidente de la República, pero no tardó en volver a las andadas... El pasado verano los carabinieri se presentaron en su casa para arrestarlo, después de que el Supremo confirmara la pena a 30 años de cárcel por tráfico de droga. Pero cuando llegaron a Orgosolo, «Gratzianeddu» se había esfumado, entrando así en la lista de los criminales más buscados de Italia, que encabeza Matteo Messina Denaro, el «capo dei capi» de Cosa Nostra. Un año después, su fuga sigue siendo un misterio.
En Orgosolo todos callan cuando se les pregunta por el anciano criminal, pero las paredes gritan. El pueblo se ha convertido en un museo a cielo abierto con más de 200 murales que cuentan la historia de Cerdeña y denuncian las injusticias del mundo: de la guerra entre israelíes y palestinos, a los atentados de las Torres Gemelas, pasando por el drama de la inmigración. Todo comenzó en 1969 cuando el Ejército quiso instalar una base. El pueblo se rebeló y ocupó las tierras durante tres días hasta que los militares dieron marcha atrás, recuerda con orgullo uno de los protagonistas de aquella revuelta, Giussepe Rubanu. «Los murales eran instrumentos para informar a los vecinos», explica en la puerta de su tienda de souvenirs en la calle principal del pueblo. De aquella rebelión, conocida como la batalla de Pratobello, nació el mural en el que un pastor sostiene un cartel que dice: «Abonos y no balas».
Los capítulos más dolorosos de esta isla de pastores olvidada por las instituciones hasta que se convirtió en paraíso turístico están grabados en las paredes de sus callejuelas gracias al empeño de un forastero, Francesco del Casino, un profesor de escuela que llegó a Orgosolo desde Siena en 1975. Junto con sus alumnos comenzó a pintar los muros con mensajes contra la guerra, las dictaduras o el hambre en el mundo. Algunos de ellos buscan en vano entre los muros del pueblo el retrato de Graziano Mesina, pero al mítico delincuente su pueblo no le ha dedicado ni un centímetro de sus paredes.
Ya con 79 años, «Gratzianeddu» sigue en busca y captura. Algunas pistas lo sitúan en Túnez, aunque quien le conoce recuerda que nunca, ni siquiera durante los capítulos más oscuros de su vida, permaneció mucho tiempo lejos de Orgosolo.
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