Alfredo Semprún
A los ingleses sí les gusta Benidorm
Cuando en las tierras patrias la candidatura de Benidorm a integrar la lista de «ciudades patrimonio de la humanidad de la UNESCO» languidece entre coñas, ha tenido que ser «The Times» de Londres el que relance la campaña con una crónica de su corresponsal en Madrid, Graham Keeley, tan sentida como exacta. A ver. Benidorm puede ser retratado como el epítome de la masificación turística, del destrozo de la costa mediterránea y del ocio hortera de alcohol, sexo al paso y paella industrial. Puede tildarse de «hiper» del sol y despacharse con alguna broma socorrida de jubilados en tanga. Y, sin embargo, si existe algún prodigio humano de Algeciras a Estambul es esta ciudad alicantina, con más rascacielos por kilómetro cuadrado que Nueva York, con largas playas de arena blanca, suave y limpia –todas gozan de la codiciada «bandera azul»–, con un mar de aire caribeño sin rastro de petróleo y otras porquerías, y en la que llegan a convivir en paz y armonía más de 400.000 personas llegadas desde todos los puntos de Europa. Benidorm tiene noche a la carta, barrio inglés con unos pubs que, de puro tópico, parecen decorados por Disney, y despedidas de soltero de vergüenza ajena. También espacio para el arte, la gastronomía y el deporte. Ciudad vertical en la que se alzan hasta 25 edificios de más de 100 metros de altura, enclavada inverosimilmente en un circo de montañas. Si le han dado el galardón a Río de Janeiro, donde es muy peligroso bañarse en el mar, porqué no a Benidorm, que además no tiene chabolas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar