Represión en Venezuela

Ajedrez americano

La Razón
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Sería ingenuo pensar que existe la solución ideal en Venezuela. Cualquier decisión política estará cargada de aparentes contradicciones, críticas domésticas e incomprensiones internacionales. Los venezolanos se enfrentan con un modelo inédito, nunca visto en el país. Un Gobierno que no concibe su existencia fuera del poder y estaría dispuesto a cualquier cosa por sostenerse en él. Un sistema que ciertamente no coloca en el paredón a sus enemigos políticos, pero que los hostiga, persigue y amenaza a través de una justicia injusta.

«No nos quedaremos de brazos cruzados ante una dictadura en Venezuela», sentenció en Argentina Mike Pence, hace unos días. La Administración Trump ha asumido el tema venezolano como un cáncer que ya invadió el continente americano. Venezuela ya es un problema regional: la presencia de grupos económicos allegados al Gobierno iraní en el país, el trabajo de los servicios secretos cubanos, la supuesta presencia de células del Hezbolá y la posible participación de funcionarios del Gobierno madurista en actividades de narcotráfico representan argumentos suficientes para inquietar y promover la agenda de Estados Unidos a favor de la libertad y la democracia en el país más al norte de América del Sur.

«No descartamos una acción militar sobre Venezuela», afirmaba Trump. ¿Qué significan sus palabras? Por un lado, enciende las alarmas en América del Sur para buscar soluciones alternas que no sean las que imponga la fuerza. Como afirmaba el perseguido político venezolano Ramón Muchacho, se trata de colocar el problema en las manos de los líderes latinoamericanos para que se ingenien y planteen soluciones alternativas y pacíficas. Por otro lado, podría significar una forma de medir la respuesta de Maduro con respecto a la disposición de defender su gobierno a través de la pólvora.

No imaginamos la llegada de tropas a costas venezolanas al mejor estilo «desembarco de Normandía». Tampoco el surco de un caza F16 con la cara del Tío Sam sobre el cielo de Caracas. Mucho menos, paracaidistas descendiendo sobre el Palacio Presidencial de Miraflores para remover a su inquilino de turno. Sin embargo, la intervención (no invasión) extranjera resulta clave para destrancar el tablero político. Una intervención podría tener rostro humanitario, por ejemplo, si se trata de ayuda en alimentos y medicinas. Una intervención económica podría cobrar sentido con más sanciones que de algún modo cerquen y detengan cualquier tipo de financiamiento al régimen madurista.

En este ajedrez, donde se ha roto el matrimonio entre un Rey –que pretende moverse usurpando sus límites naturales– y una Reina secuestrada llamada Venezuela –que por su propia naturaleza está llamada a moverse con libertad– la mejor solución pasa por el empleo del acuerdo, no del fusil. No sería lógico que la oposición invite a Trump a invadir Venezuela. No lo han hecho ni lo harán. La mejor invasión que puede haber se traduce en sensatez y coherencia política. La mejor invasión será la de ideas a través de una cooperación entre naciones hermanas que ayuden a reconstruir y rediseñar la Venezuela de lo posible.