Filipinas

Duterte, el déspota que desangra Filipinas

En apenas cien días de presidencia, el abuso de poder y la implacable represión ordenada por el excéntrico líder amenazan con aislar a su país.

Rodrigo Duterte (en una imagen reciente) ha sido muy crítico con el Gobierno de Estados Unidos
Rodrigo Duterte (en una imagen reciente) ha sido muy crítico con el Gobierno de Estados Unidoslarazon

En apenas cien días de presidencia, el abuso de poder y la implacable represión ordenada por el excéntrico líder amenazan con aislar a su país.

Dos meses y medio después de haber asumido la presidencia de Filipinas, Rodrigo Duterte ha logrado poner a su país en el centro de todas las miradas. Sin embargo, su popularidad en el exterior no se debe a cifras récord de avances políticos, sino al alarmante balance de 2.400 ejecuciones extrajudiciales y 15.000 detenciones en menos de cien días. La promesa de acabar con los dos grandes miedos de los filipinos –el crimen y el narcotráfico– le catapultó a un liderazgo que él mismo definió como «sangriento».

El que fuera durante 22 años alcalde de la sureña Davao ya se ganó las críticas internacionales por patrullar la ciudad con «escuadrones de la muerte» en busca de criminales. Human Rights Watch denuncia que un millar de personas fueron asesinadas allí. Hace unos días, un sicario arrepentido confesó ante una comisión de investigación del Senado que Duterte les ordenaba asesinar a adversarios políticos: «Les matábamos como a pollos. Les estrangulábamos y les abríamos las tripas», relató.

Su liderazgo le ha valido hasta hoy los apelativos de «Harry el sucio», «Donald Trump filipino» o «El Descuartizador». Pero su belicosa actitud no cogió a nadie por sorpresa, ya que en su discurso como candidato no ocultó sus intenciones: «¿Si soy un dictador? Sí, es cierto», reconocía.

Entre sus controvertidas promesas electorales está restablecer la pena de muerte (abolida en 2006), acabar con la vida de 100.000 criminales en sus seis primeros meses en el cargo o alentar a las fuerzas del orden –e incluso a los ciudadanos– a disparar a matar a todo traficante de drogas. Para los primeros prometió primas salariales por cadáver de narcotraficante. «Olvidaos de las leyes en materia de derechos humanos. Si llego a la presidencia, los traficantes de drogas y los secuestradores mejor iros, porque si no me matáis, yo os mataré», sentenció en su último mitin.

«Duterte logró convencer a los filipinos de que su elección supondría un verdadero cambio para el país. Durante décadas, la política de Filipinas había estado dominada por unos pocos clanes políticos. Se le sumaba una corrupción sistemática hasta en los rincones más remotos del país», explica Dominik Hammann, politólogo y coordinador local en Filipinas de la ONG International Peace Observers Network. «(Duterte) viene de una familia de clase media y con su carisma y su lenguaje vulgar, pero directo y honesto, logró presentarse a sí mismo como un hombre del pueblo que hace lo que dice», analiza Hammann.

Esta manera de cautivar a sus votantes la confirma Sandro Reyes, uno de los más de 16,6 millones de electores que apostaron por él en las presidenciales del 9 de mayo, en las que arrasó duplicando en apoyos a su principal rival y en las que se pronunciaron casi 50 millones de filipinos. Este programador de 35 años de Cebú, reconoce que el régimen «es muy agresivo en la represión contra el narcotráfico», pero entiende que «respeta los derechos humanos». «Nuestro presidente ama este país y antepone la vida de los filipinos respetuosos con la ley a las vidas de los criminales», declara este ferviente seguidor de Duterte.

El discurso gubernamental defiende que esta «guerra contra las drogas» ha reducido la criminalidad. Sin embargo, Rafendi Djamin, director de Amnistía Internacional para el Sureste Asiático y el Pacífico, lo desmiente: «Es desconcertante escuchar que las tasas de delincuencia están bajando, cuando miles de ejecuciones ilegales han tenido lugar en el país desde que la nueva administración llegó al poder. Los asesinatos extrajudiciales son una violación del derecho a la vida, y nunca están justificados», lamenta Djamin. Y denuncia que el presidente marca «como objetivo a los que critican sus políticas».

En un momento clave para el país insular, inmerso en disputas territoriales por las aguas del Mar de China, el mandatario de 71 años no duda en agitar las relaciones bilaterales con sus aliados. Poco pareció importarle a este rebelde de los estándares diplomáticos reavivar el histórico discurso antiamericano y llamar «hijo de puta» a Barack Obama, a pesar de que Estados Unidos es su aliado más importante y su tercer socio comercial. Como apunta Djamin, «si Duterte mantiene esta oleada de asesinatos (en los seis años de su legislatura), el país podría enfrentar el aislamiento político y económico internacional».