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El ciudadano de a pie paga la factura

La suspensión parcial del Gobierno entra en su tercera semana y afecta a miles de trámites oficiales.

El ciudadano de a pie paga la factura
El ciudadano de a pie paga la facturalarazon

La suspensión parcial del Gobierno entra en su tercera semana y afecta a miles de trámites oficiales.

El combate por el muro, la alocución del presidente Trump, la airada respuesta demócrata... Nada puede entenderse sin atender al contexto que brinda el cierre del Gobierno federal. El tercero más prolongado de la historia. El segundo más largo desde los años 70. Una catástrofe burocrática y logística que ralentiza y hasta destruye la posibilidad de la Administración de intervenir en un sinfín de materias. A día de hoy ya nadie sabe cuánto tardará en estudiar y conceder o negar las solicitudes de ciudadanía. También están paralizados los trámites para la devolución de las declaraciones de impuestos favorables al contribuyente. La basura se acumula en los parques nacionales de todo el país. Los grandes museos de Washington siguen cerrados.

Desde finales de diciembre casi medio millón de empleados públicos trabaja sin sueldo. Otros 400.000 permanecen en casa. Un caos administrativo y un creciente problema de índole económica que no parece beneficiar al país ni, ya puestos, a los intereses publicitarios del Gobierno. Cómo no, si los medios de comunicación abundan en reportajes poblados de funcionarios incapaces de atender al público y ciudadanos desesperados.

Cierto que tres cuartos de la Administración federal todavía funcionan, gracias a los acuerdos firmados por las cámaras hace meses. Pero el otro cuarto constituye una fuerza de trabajo de suficiente magnitud como para provocar tormentas en ámbitos tan dispares como el control aéreo de los aeropuertos o los cheques que reciben los veteranos de guerra. Al cierre de esta edición, Trump mantenía el pulso, de ahí la tentación de invocar la emergencia nacional, asociada a un ataque terrorista a gran escala, una catástrofe natural o una guerra para saltarse los controles del Congreso y lograr que el Pentágono pague el muro. Lejos de transigir, Trump insistía el pasado sábado que el bloqueo podrá durar días, semanas, meses e incluso años. Que podría llegar hasta 2020. Pero nadie en Washington creyó en la literalidad de sus palabras. Un error evidente, dado el historial de un Trump capaz de mantener contra todo pronóstico opiniones e iniciativas que le habrían costado el cargo a la práctica totalidad de los presidentes previos.

Una fortaleza acuciada estos días por el embate combinado de los demócratas y de no pocos legisladores republicanos. En un comunicado conjunto, los líderes demócratas del Congreso, Nancy Pelosi, y el Senado, Chuck Schumer, explicaban que tanto su partido como «un número creciente de republicanos han instado al presidente y líder McConnell a que ponga fin al cierre de Trump y abra de nuevo el Gobierno mientras el Congreso debate el ineficaz muro del presidente». «Desafortunadamente», lamentaban, «el presidente sigue rechazando los pactos bipartidistas». Bien saben los demócratas que el público no parece entender bien las razones del bloqueo. Exactamente igual que Trump, evalúan los riesgos de enrocarse o ceder. En juego, como de costumbre, el relato con el que ambos desembarcarán en 2020.