París
El fiasco de Hollande catapulta a Le Pen
El malestar francés por la falta de respuestas a la crisis provoca un trasvase de votos al Frente Nacional
El socialismo "versión François Hollande"ha mudado de cara. La combinación de realismo económico y táctica electoralista serviría para explicar el viraje hacia el centro-derecha operado en los últimos tiempos por el presidente galo. Pero no bastaría para justificar la política de "paso atrás"enarbolada por su Gobierno que en materia social ha tenido que renunciar o posponer, temerosamente, algunas de sus reformas más progresistas.
El giro socio-liberal imprimido a su programa económico con recortes del gasto público – 50.000 millones de aquí a 2017 – y prometiendo beneficios a los empresarios a través de un "pacto de responsabilidad"que rebaja las cargas sociales a cambio de crear más empleo, es un primer indicador de ese cambio de rumbo. A sabiendas que estas concesiones a la patronal, han creado un cisma en la izquierda más acérrima que no acaba de digerir el golpe de timón de un Hollande que por fin parece asumir abiertamente su adn social-demócrata. Tanto es así, que hasta sus socios de gobierno, los Verdes, amenazan con hacer oposición interna. "Vamos a ejercer una participación combativa"dentro del Ejecutivo y luchar "por lo que nos interesa", declaraba recientemente Emmanuelle Cosse, secretaria general del partido.
Tras un 2013 "horríbilis", marcado por el irrefrenable paro, el martilleo fiscal, la revuelta de los "boinas rojas"bretonas contra la ecotasa, la polémica expulsión de Leonarda –la alumna kosovar deportada junto a su familia - , el presidente de la República emprendía ya finales del pasado año una arriesgada mutación política. No sólo para enderezar un barco que económica y socialmente partía a la deriva sino para reconquistar la confianza de los franceses.
Pero el paso atrás dado hace unas semanas aplazando "sine díe"la ley sobre la familia es, además sintomático de otro fenómeno: la derechización de la sociedad gala. La movilización de cientos de miles de opositores a ese texto, que a juicio de los manifestantes hacía peligrar el modelo familiar tradicional y los valores de convivencia, hizo saltar las alarmas en la cúpula del Estado. Para evitar un estallido social, el Gobierno ha tenido que edulcorar algunas de sus propuestas de trabajo en materia de integración de inmigrantes que pasaban por el estudio de las nuevas lenguas de Francia, como el árabe o el chino, o suprimir la ley que prohíbe el velo islámico en las escuelas.
No en vano, Manuel Valls, titular de Interior y el ministro más "sarkozysta"del gabinete, no sólo es el encargado de asumir y ejecutar la política de mano dura en materia de seguridad e inmigración que, por motivos de estética ideológica, Hollande no se atreve a encarnar, sino que es el más popular y mejor valorado en las encuestas.
Casi dos años ha tardado el presidente francés en admitir que las recetas de campaña, sus sesenta promesas de marcado cariz izquierdista, no han conseguido sacar al país de la crisis económica, aumentar la competitividad empresarial, reflotar el poder adquisitivo de los franceses y restaurar la confianza de la ciudadanía en sus gobernantes.
Al contrario, el dirigente socialista se ha hecho acreedor del título de presidente más impopular de la Quinta República y un tiempo record, asentando en los franceses un sentimiento de recelo hacia la clase política cuyo principal beneficiario es el ultraderechista Frente Nacional. Un refugio para desencantados y un amplio sector de la sociedad que frente a la globalización y los dictados de la Unión Europea, reclaman más firmeza y autoridad, mayor capacidad de decisión nacional e incluso levantar fronteras naturales y virtuales para frenar la inmigración y la competencia económica desleal, como muestra la última edición del estudio "Fracturas francesas". "El sentimiento de que la democracia funciona mal, que los políticos son corruptos y los medios no reflejan la realidad alcanza un nivel que traduce una fractura cada vez más importante entre el mundo político y la sociedad"reconoce Brice Teinturier, director de este trabajo.
En este contexto de morosidad, terreno próspero para los profetas del declive galo, el partido de Marine Le Pen ha conseguido situarse como tercera fuerza política del país. Cuando no como primera opción electoral para los próximos comicios europeos, según las encuestas. El FN ya no da tanto miedo. "Sigue siendo un partido aparte pero inquieta cada vez menos"estima Teinturier, aunque aún le queda ganar la batalla de la credibilidad.
Es cierto que ha pasado de formación maldita e intratable a alternativa para muchos franceses. Un tercio se reconoce en su ideología y ya solo la mitad (51%) lo considera "peligroso para la democracia", según un reciente sondeo. Pero el proceso de "desdiabolización"operado por Marine Le Pen para normalizar las denostadas siglas "FN"está incompleto. Si un 35% comparte el diagnóstico del Frente Nacional sobre los problemas de Francia, sólo un 14% apoya además las soluciones aportadas por el partido de extrema derecha. De hecho, las dos propuestas centrales de su programa electoral para las elecciones europeas – la salida del euro y la preferencia nacional para acceder a un empleo – no recaban un apoyo mayoritario. Si la "derechización"de la sociedad parece una realidad sobre el papel, los comicios del próximo mayo servirán para confirmar (o no), este fenómeno.
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