San Petersburgo
El FSB, a la caza del «imán» y del hombre del gorro
Al presunto autor se le ve en una imagen con un teléfono en la mano con el que pudo comunicarse con el segundo terrorista del metro sanpetersburgués.
Al presunto autor se le ve en una imagen con un teléfono en la mano con el que pudo comunicarse con el segundo terrorista del metro sanpetersburgués.
El método utilizado en el atentado contra el metro de San Petersburgo es el mismo que una célula de Al Qaeda utilizó en la masacre del 11-M en Madrid o el Estado Islámico contra un avión ruso que cubría el trayecto entre un balneario egipcio y la citada ciudad en noviembre del 2015. Colocar las bombas y huir del lugar de la forma más sigilosa. Las Fuerzas de Seguridad creen haber identificado al autor que –resulta sorprendente– iba casi de «uniforme» musulmán, con barba y «tapa» de color oscuro, gorro que suelen usar los imanes de esta religión, como si no quisiera pasar inadvertido o para demostrar que cuando uno se lo propone, no es tan difícil causar muertes y destrucción. Basta el fanatismo.
El hecho de que una de las bombas no hiciera explosión va a permitir a los especialistas determinar con un margen muy escaso de error la organización que está detrás del atentado. Siempre se ha dicho que los artefactos «hablan» y que el terrorista deja su sello, y es cierto. El artefacto fue desactivado en la estación de Ploschad Vastania, donde se ubica, además, la principal estación de ferrocarril de la ciudad. De confirmarse que estamos ante una nueva acción criminal en suelo europeo del Estado Islámico (EI), se trataría de un atentado «previsible» ya que Rusia es objetivo preferente de los terroristas islamistas.
La facción del Estado Islámico en Rusia está formada por unos 4.000 terroristas, la mitad de los cuales se encuentran en Siria e Irak con el deseo (y la necesidad) de volver a sus lugares de origen, según expertos antiterroristas consultados por LA RAZÓN. El motivo es claro: mientras los combatientes de origen árabe pueden, llegado el momento, infiltrarse entre el personal civil que huye de la guerra, no ocurre lo mismo con los de procedencia rusa (de Chechenia y Daguestán) que son fácilmente reconocibles.
Los que logren convertirse en retornados constituyen uno de los mayores peligros para la seguridad de Rusia, ya que se trata de individuos que han demostrado sobre el terreno ser combatientes aguerridos, sin ningún tipo de escrúpulo y movidos por un preocupante fanatismo religioso. La posibilidad de caer en manos del enemigo, sobre todo de las tropas sirias de Al Asad, aliado incondicional de Vladimir Putin, les da pocas opciones: o seguir combatiendo hasta el final; o tratar de huir a través de terceros países para intentar llegar a sus bases.
Independientemente de que el autor de la colocación de las bombas en el metro de San Petersburgo sea uno de estos retornados (no parecía por su edad, si el que ha sido señalado en las fotografías es el terrorista), lo que está claro es que el Estado Islámico se ha fijado como uno de sus objetivos preferentes a Rusia. El portavoz de la banda yihadista Abu Al Hassam al Mujahir amenazaba en uno de sus últimos mensajes a «la antigua Rusia comunista» con atentados como el perpetrado ayer en las estaciones de metro.
Desde que las tropas de Putin colaboran activamente en la lucha contra el terrorismo yihadista se han producido una serie de atentados. En agosto de 2016, dos hombres atacaron a policías con armas de fuego y hachas. El EI también se atribuyó la autoría del atentado perpetrado, el 24 de marzo de este año, contra una base en la región de Chechenia, en el que fueron asesinados seis militares. Con todo, el ataque terrorista más sanguinario consistió en el derribo de un avión de pasajeros ruso que cubría la ruta entre balneario egipcio de Sharm el Sheij y San Petersburgo. Como las autoridades de El Cairo negaban que se tratase de un atentado terrorista, el EI divulgó imágenes de la bomba, oculta en una lata de bebidas, que produjo la catástrofe en la que murieron las 224 personas que viajaban a bordo de la aeronave.
La wilayah (provincia) del Cáucaso se constituyó en 2015, cuando varios «comandantes» del Emirato del Cáucaso (franquicia de Al Qaeda) desertaron y juraron lealtad al líder del califato Abu Bakr al Bagdadi. En junio de ese año, el entonces portavoz (ya fallecido) del EI, Abou Mohamed al Adnani, publicó un comunicado grabado en el que aceptaba el juramento de lealtad. La irrupción del EI fue posible después de la muerte del anterior «comandante» del Emirato del Cáucaso, Abou Mohammed «el Dagastano», que se oponía a la presencia de los de Bagdadi en las zonas que controlaba.
El primer gobernador de la nueva wilayah fue Abu Muhammad al Muqdasi (su verdadero nombre es Roustam Asildrov), musulmán suní nacido en 1981. Ya en 2014 difundió un vídeo en que el que se le veía jurando lealtad a Bagdadi, por lo cual fue destituido de sus funciones como comandante de la zona de Daguestán del Emirato del Cáucaso.
Desde su fundación, los expertos advirtieron de que la nueva organización iba a centrar sus actividades en atentados contra objetivos del Gobierno ruso y contra infraestructuras económicas; en definitiva atentados terroristas y no ocupaciones del territorio dada la potencia de los aparatos de seguridad y militares al mando de Putin. En sus publicaciones internas, los yihadistas rusos consideran los atentados, la colocación de bombas como «una vitamina» y a los que dudan de ello les recuerdan que «nuestros muertos irán al Paraíso y los de ellos al infierno».
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