Martín Prieto
El rapto de Venezuela
El proceso que ha llevado al país a un Estado fracasado tiene su origen en el Foro de Sao Paulo urdido por Fidel y Lula para salvar los muebles del naufragio comunista
El proceso que ha llevado al país a un Estado fracasado tiene su origen en el Foro de Sao Paulo urdido por Fidel y Lula para salvar los muebles del naufragio comunista.
Una crítica internacional sorprendida ante el último «boom» de la literatura hispanoamericana calificó aquel chisporroteo imaginativo de «realismo fantástico», cuando no es tal, sino el retrato de un paisaje humano en el que las adolescentes levitan si son vírgenes. El precursor de lo que significaron García Márquez o Vargas Llosa fue el Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el periodista mexicano Juan Rulfo, en cuyo «Pedro Páramo» deambulan los muertos dialogando con los vivos como en las sagas rúnicas islandesas. En este contexto es admisible que el aún presidente venezolano, Nicolás Maduro, hable con el difunto Hugo Chávez utilizando un pajarito como médium o que proclame en discursos a campo abierto que ha viajado al futuro y ha visto una Venezuela próspera y exultante gracias a su gestión del nuevo socialismo del siglo XXI. Todo es posible en Caracas, incluida la máquina del tiempo. Nicolás Maduro Moros es hijo de colombiana y de una línea paterna de judíos sefardíes conversos al catolicismo.
A los 15 años le expulsaron del colegio por agitador estudiantil y, aun teniendo posibles, desdeñó la universidad para emplearse durante siete años como autobusero, su única fe de vida laboral, tras un curso de activismo político en una escuela de cuadros de La Habana castrista, su único currículum intelectual. Tuvo un único hijo de un primer matrimonio y en las luchas sindicales del transporte urbano caraqueño casó con la abogada Cilia Adela Gavidia Flores, no primera dama, sino primera combatiente, que armó al 1,90 del corpachón del marido de recursos leguleyos desde su escaño, la Procuraduría General de la Nación y la presidencia de la Asamblea Nacional. Constituyen una pareja política como el comandante Ortega y Rosario, los Caucescu o Perón y Evita. Nepotista, solo colocó a 42 parientes en el Congreso (¿pero alguien tiene tanta familia?) y un sobrino y un ahijado fueron detenidos en Haití a instancias de la DEA y en tránsito a EE UU con nada más que 800 kilos de cocaína en las valijas (¿pero alguien viaja con cerca de una tonelada de equipaje?). Cosas del bolivarismo. Es malicioso supuesto en Suramérica que es más posible que una mujer muera de próstata que un militar venezolano muera en combate.
A eso puso remedio el teniente coronel de paracaidistas Hugo Chávez, encabezando el primer golpe de Estado venezolano que dejó un tendal de trescientos muertos en el país en el intento de derrocar al presidente socialista Carlos Andrés Pérez, a la sazón en Davos. Presos los «milicos» por rebelión, el posterior presidente, Rafael Caldera, urdió una mixtura jurídico-política para sobreseer las causas (Chávez solo pasó dos años en prisión), maniobra en la que fue determinante la letrada Cilia Flores, transmutando un cuartelazo fracasado en un éxito político que acabó llevando a Chávez al poder. En honor a la verdad, debe recordarse que la democracia venezolana no era una Arcadia feliz y que el paisaje y el paisanaje destacaban por la mórbida belleza de la corrupción. Carlos Andrés Pérez fue destituido por acción judicial y condenado por fraude al Estado en el manejo de los fondos reservados y los gastos de Defensa. Hubo de exiliarse en República Dominicana y, posteriormente, en Miami, donde falleció.
Epígono de la socialdemocracia en Iberoamérica, su cleptocracia fue un revés para la Internacional Socialista y permitió que otra gavilla de malvivientes revestidos de populismo raptara al país y hasta se extendiera al Mediterráneo. Maduro, y la todavía primera combatiente, dedicaron años a la obsecuencia con Chávez, llegando el marido a canciller pese a su inexperiencia diplomática, su oralidad de pajaritos y su entendimiento de que al ser curvo el espacio se puede viajar en el tiempo por los teóricos «agujeros de gusano» y su conducción de la política exterior como si continuara manejando el autobús. Chávez era militar de carrera, había leído algo aunque fuera en diagonal, y es misterio inextricable cómo, sabiéndose terminal, designó a Maduro como sucesor.
El secuestro de Venezuela, que ha llevado al país, con las reservas petroleras del lago Maracaibo, a Estado fracasado o narcoestado, tiene su origen en el Foro de Sao Paulo. Caído el Muro de Berlín y autofagocitado el socialismo real en Europa, un alarmado Fidel Castro contacta con Lula da Silva para que su Partido de los Trabajadores organice y financie un centro de pensamiento para salvar los muebles del naufragio comunista, con otras nominaciones, el simplón pero efectivo populismo y el «entrísmo» trotskista de penetrar las instituciones democráticas para subvertirlas desde dentro. El Foro de Sao Paulo reunió a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Grecia y España con partidos de diferentes pesos y medidas. Íñigo Errejón, fundador de Podemos y hoy tránsfuga de sí mismo,
–otro que oye crecer la hierba–, aseguró a poco que en Venezuela se comía tres veces al día, quizá para distraerse de una emergencia humanitaria por encima de la mesoamericana. El «madurismo», por utopías infantiloides e incapacidad para regentar una mercería, ha puesto la Venezuela raptada a los pies de unos militares divididos. Veremos si se arriesgan a morir de próstata.
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