Elecciones en Reino Unido
El renacido
A sus 68 años este viejo izquierdista que fue investigado por Scotland Yard por «subversivo» ha alcanzado la cima.
Nadie daba un penique por Jeremy Corbyn cuando el 18 de abril la «premier», Theresa May, adelantó las elecciones para aprovechar, precisamente, la debilidad del líder laborista, un auténtico «outsider» en su propio partido. Muchos de los candidatos del «Labour» llegaron a hacer campaña recordando a la gente que no pedían el voto para Corbyn, sino para evitar el rodillo parlamentario de los «tories» en el nuevo Parlamento. Hilary Ben, portavoz de Exteriores en el gabinete en la sombra, describía al máximo dirigente del partido como «un hombre bueno y decente. El problema es que no es un líder».
Y es que, pese a llevar más de 30 años en política, Corbyn nunca ha ocupado un puesto relevante en la dirección del partido o un cargo ministerial en los Gabinetes laboristas. Siempre ha preferido la calle a los despachos, la lucha por las causas sociales que las peleas políticas en las instituciones. Hasta 500 veces ha roto la disciplina de voto en los Comunes. Elegido elección tras elección diputado por el barrio londinense de Islington desde 1983, Scotland Yard le mantuvo bajo vigilancia durante veinte años al considerarlo un personaje «subversivo» que amenazaba el orden establecido. Y no era para menos, pues este hombre con ese aspecto de profesor universitario que le dan su barba recortada y su voz pausada ha militado en todas las protestas políticas y sociales desde los tiempos de Margaret Thatcher. En 1984, fue detenido por participar en una manifestación ilegal contra el «apartheid» en Suráfrica. Nacido en Chippenham (sur de Inglaterra) en 1949, sus padres se conocieron en una manifestación a favor de los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Sin estudios universitarios, Corbyn se marchó a los 19 a Jamaica para trabajar como profesor en una asociación caritativa.
El protagonismo público le llegó en 2003 al oponerse a la guerra de Irak que defendía su entonces líder y primer ministro, Tony Blair, cuyo centralismo siempre ha combatido. Pese a este desdén por el Nuevo Laborismo, Corbyn, aupado por los poderosos sindicatos, decidió en el último momento optar por el liderazgo del partido en las elecciones internas de 2015 tras la debacle electoral de Ed Miliband. Para sorpresa de muchos, el viejo líder izquierdista se impuso por el 59,5% de los votos y volvió a hacerlo un año después con el 61,8% tras ser puesto contra las cuerdas por su grupo parlamentario por su tibia defensa de la permanencia de Reino Unido en la UE.
Enrocado en su puesto, Corbyn ha logrado dar la vuelta a los sondeos y llevar a los laboristas en estas elecciones hasta el 40,2% (diez puntos más que en 2015) con un programa anclado en el viejo laborismo de los años 70 que ha arrastrado a muchos jóvenes con sus promesas de aumentar el salario mínimo, derogar las tasas universitarias y acabar con la austeridad. Esta inesperada victoria servirá para aparcar las luchas internas en el partido, pero no para llevarle al número 10. El verdadero objetivo de Corbyn era enterrar el «blairismo» e imponer su giro a la izquierda al laborismo.
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